miércoles, 30 de junio de 2010

Faltan sesenta y cuatro horas

¿Cómo calmar mi ansiedad, si todo lo que hago para sosegarla no hace más que incrementarla?



martes, 29 de junio de 2010

20 mujeres para Javier: Reloaded (XIII)

Luego de vivir dos meses de intenso romance con Luciana, su compañera de teatro, Javier volvió a las pistas. Hizo una pausa en su carrera conquistadora porque la historia no le dejó tiempo, ganas ni energía para otra cosa, hasta que la relación se complicó con la aparición en escena de una ex de ella que, al parecer, no era del todo ex.

Él, para ese tipo de cosas, se considera un caballero moderno...de los comienzos de la edad moderna, año mil quinientos más o menos. Le parece genial que cada uno elija a quién amar, sea del sexo que sea. Pero de ahí a ser la hipotenusa de un triángulo amoroso con dos chicas que convivieron dos años y que todavía se quieren hay una distancia que Javo no está dispuesto a recorrer. El fin de la relación se produjo hace veinte días, después de una maratón de sexo dominguera. A las nueve de la noche apareció sin previo aviso la (ex) pareja de Luciana queriendo irrumpir en el departamento para ver con quién estaba. Javier salió en pelotas, se vistió en el palier del piso de arriba y tuvo que esperar abajo media hora hasta que apareció una octogenaria que se negaba a dejarlo salir. Terminó forcejeando con la vieja y se fue corriendo. Volvió a su casa decidido a terminar una relación decididamente tóxica que no sólo incluyó llamados telefónicos a cualquier hora, sino también episodios de celos hacia él, profundos e inesperados cambios en el estado de ánimo de Luciana desde la euforia amorosa hasta una depresión oscura y autista, todo en el mismo día, y reiteradas muestras de añoranza de la relación perdida con su ex novia. Así decidió volver a ejercer su soltería, sin ataduras.

Mientras estuvo con Luciana gambeteó los embates histéricos de Belu, su otra compañera de teatro, con tal cancha y desinterés que logró convertirse en una obsesión para la pendeja, que parecía haberse propuesto no parar hasta lograr conquistarlo. Aprovechando que Luciana había dejado las clases de teatro para volcarse de lleno a la pintura -su verdadera pasión- dejando el campo libre, decidió ir cediendo de a poco a los avances de Belu para ver qué pasaba.

- La invité a tomar algo en Le Blé, en Álvarez Thomas y Céspedes. Un lugar que a las mujeres les encanta, estaba lleno de minas de veintipico a treinta y pico, solas, hablando sin parar. A los cinco minutos me di cuenta de que no iba a poder pasar ni una noche con esta chica. Apenas le trajeron el café con leche con su conito de coco...
- ¿Qué pasó? ¿Sorbía el café con leche con ruido? ¿Comía con la boca abierta?
- No, empezó a hablar de su mamá.
- ¿Y?
- Se refería a ella como "mamá".
- ¿Vos sos boludo? ¿Cómo querés que la llame? ¿"Madre"?
- Decía "mamá", como si también fuera mi mamá. Eso se hace con un pariente cercano. Por ejemplo, a mi viejo o a mi tía, si les hablo de mi vieja, les puedo decir "mamá tal cosa", "mamá tal otra". Con un hermano también. Pero con un tercero no. Tenés que decirle "MI mamá", no "mamá", ¿entendés?
- Entiendo el punto y estoy de acuerdo. Es como si fueran el ombligo del mundo, ¿no?
- ¡Exacto! Además, sé que va a sonar prejuicioso, pero decir "mamá" en lugar de "mi mamá" es muy cheto, muy de familia tradicionalista que está en contra del matrimonio gay, del aborto y de la asignación universal por hijo. Y yo no puedo ni tengo interés en estar ni una noche con una mina así.
- Disculpame Javier, pero me parece muy prejuicioso y quizás te estás perdiendo vivir una linda experiencia por una boludez. [¿¿¿además, qué les voy a contar a mis lectores??? ¡se nos va a caer un ídolo!]
- Sí, ya sé. Pero es así, no voy a cambiar de idea y ya estoy mal predispuesto. En donde diga "mamá" de nuevo le doy un coquito en la cabeza y la dejo hablando sola.

Sin Belu, sin Luciana, sin Adela que está en un buen momento con su pareja, Javo va en busca de una nueva aventura. Pero me dejó muy enojado, tendrá que traer una buena historia para mantener su lugar en el blog.

viernes, 25 de junio de 2010

El oficinista paranoico

Hoy les voy a contar un caso de paranoia desencadenada en las instalaciones oficinísticas de un banco en el año 1977. Un ex-oficinista, hoy Licenciado y Profesor de Psicología y a quien considero un mentor y un ejemplo a seguir, me contó la historia al enterarse que existía este blog. Prometió compartir más de éstas pero le pedí que lo haga de a una por vez, para no perder la riqueza de los detalles a la hora de transcribir los relatos para ustedes.

Antes de empezar, les copio un fragmento de la definición de paranoia brindada por wikipedia, así todos sabemos de qué estamos hablando:

La paranoia es un término psiquiátrico que describe un estado de salud mental caracterizado por la presencia de delirios autorreferentes.


Más específicamente, puede referirse a un tipo de sensaciones angustiantes, como la de estar siendo perseguido por fuerzas incontrolables (manía persecutoria), o ser el elegido para una alta misión, como la de salvar al mundo (delirio de grandeza o grandiosidad, atribuido por algunos estudiosos a determinadas personalidades dictatoriales y gobiernos).

La paranoia se manifiesta igualmente en los delirios por celos, en el delirio erotomaníaco, el delirio somático, etc. Es un trastorno de tipo crónico, con mayor o menor virulencia ocasional.


Norberto trabajó en la sucursal de la calle La Rioja y Rondeau del extinto Banco de Italia desde el año 1969 hasta el día de su muerte. Estudió mecanografía en las academias Pitman y su trabajo consistía en transcribir a máquina varios tipos de formularios completados a mano por los clientes: aperturas de cuentas, solicitudes de cajas de seguridad, de préstamos y de tarjetas de crédito, entre otros.

Se tomaba el 65 todos los días desde su casa en Caballito y disfrutaba de mirar el paisaje urbano por la ventanilla mientras los demás leían el diario.

Un día lluvioso del triste invierno de 1977 llegó al banco más temprano que de costumbre y se encontró con un espectáculo aterrador: todas las sillas de los escritorios estaban cambiadas de lugar. La suya en el de Clotilde, la de Ferreyra en el de Nöllmann, la de Albónico en el de Codeseira, y así sucesivamente. Norberto se quedó estupefacto observando el tenebroso escenario durante varios minutos hasta que entendió todo: el cambio de lugar de las sillas fue hecho a propósito. Fue a propósito y dirigido a él. Sintió náuseas, y a medida que sus compañeros iban llegando y se sentaban en las sillas de otros sin el menor atisbo de asombro, empezó a sentirse ahogado, le faltaba el aire y transpiraba a mares. Le pidió permiso al Gerente de la sucursal y se fue a su casa. Pasó varios días sin volver y por consejo del visitador médico que le mandó el banco, fue a ver a un Psiquiatra. A partir de ahí comenzó a visitarlo regularmente y a tomar medicación para estabilizarse y volver a sus actividades regulares.

Lo que ocurrió fue lo siguiente: se dio cuenta de que había un complot en su contra. Sus compañeros, dirigidos por el Gerente de la sucursal, se pusieron de acuerdo contra él. Querían volverlo loco y cada día encontraba una prueba de ello, una vez advirtió que la carpeta del cliente Colautti estaba después de la de Colombo, cuando debía estar antes. Lo habían hecho a propósito. Otro día Nöllmann le pidió la abrochadora y no se la devolvió. Cuando la fue a buscar, la encontró después de una hora de revolver todo en el escritorio de Costamagna. Cuchicheaban y se reían todo el tiempo y era evidente que hablaban de él, lo gozaban. Pasó mucho tiempo para darse cuenta por qué lo hacían: el Gerente de la sucursal lo odiaba y armó toda una red de súbditos que obedecían sus órdenes .

En sus viajes en el 65 empezó a notar que en los carteles de varios comercios de la Avenida La Plata había mensajes amenazantes para él. Uno de ellos era tan obvio que se sorprendió de no haberlo notado antes: la mercería Teté, el almacén Avalos, el kiosco Sarita, la carnicería El matarife..."Te va a matar". Era evidente que el mensaje estaba dirigido a su persona y que el que lo iba a matar era el gerente. Lo que le llamaba la atención era el poder de esa gente, que se compró todos esos locales sobre la avenida para amenazarlo a él. Los delirios de persecución no remitieron pero Norberto nunca mostró signos de peligrosidad, ni para él ni para los demás, por esta razón y por la eficiencia intacta de su desempeño laboral siguió concurriendo al banco cotidianamente, a sabiendas del complot contra él pero con la ventaja de saberlo todo sin que los demás estuvieran enterados de su conocimiento del tema. Él hacía como si nada, pero los tenía a todos vigilados.

El comienzo de fin fue el descubrimiento de los mensajes cifrados que le mandaba el gerente en los formularios de los clientes. Todos tenían uno. Le contó a su psiquiatra que en la solicitud de chequera del cine Rivas el gerente le decía "vas a hacerlo vos solo", en clara referencia a su muerte. En el formulario de apertura de cuenta corriente de la tintorería La Fama le mandó una orden que rezaba "abajo del 188", según él, para que se tire abajo del colectivo. El aumento de la dosis de su medicación no fue suficiente para evitar la tragedia y el 22 de Abril de 1980 Norberto, agobiado y oprimido por la creciente persecución que sufría, terminó cediendo a las órdenes secretas del gerente de la sucursal y puso fin a su vida entre las ruedas del interno 44 de la línea 188, cuyo chofer, al enfrentarse cara a cara con la muerte, tuvo un ataque de catatonía y fue internado de inmediato.




Muchas estimaciones indican que aproximadamente el 2% de la población padece de algún tipo de psicosis y que más de la mitad desconoce su trastorno. Esto significa que -en promedio y con las salvedades correspondientes- hay por lo menos un psicótico en cada oficina de cincuenta personas.



viernes, 18 de junio de 2010

Receta del día: Panqueque mundialista

1) Hay muchos futboleros que se dicen hinchas de su equipo con exclusividad y a la hora del mundial putean porque tienen que esperar más de la cuenta para volver a ver a su amado club transitar el anodino camino del campeonato local o la Copa Libertadores. Los hay de los otros, los que nos enamoramos de la Selección y la reconocemos como nuestro segundo hijo, al que amamos con la misma intensidad que al otro. En este segundo grupo estoy yo. Podrán decir que es porque mi club no es de los que suelen regalarle alegría a sus hinchas con asiduidad, lo que constituye una falacia. Acostumbradísimo a "no ganar nada" (la Selección Mayor lleva 17 años sin títulos) , sigo sintiendo la misma pasión por uno y por otro, por la Albiceleste y por Huracán. Debo admitir que en los momentos álgidos la pasión quemera es más arrolladora y ocupa un lugar más grande en mi estado de ánimo (me dolió mucho más el robo de Brazenas contra Vélez en el ´09 que el de Codesal o el del gol con la mano de Tulio, por dar ejemplos, y creo que es por una cuestión de sentirme más acompañado) pero, salvando esas sutiles diferencias, el sentimiento por la Selección es fuerte, tan fuerte como el otro.

Y mucho más cuando está Diego Armando Maradona en el medio.

2) Es tanto lo que se habla, escribe y filma sobre el Jugador Más Grande De La Historia Del Fútbol Universal que no voy a ponerme a filosofar demasiado sobre él y su figura porque invitablemente caería en redundancias. Todos sabemos que divide aguas como nadie. Que despierta odios y pasiones por igual, que es criticado por sus excesos (verbales y de los otros) y que es muy cuestionado por su supuesta incapacidad como DT. A mi, todo eso me importa un rábano. Me preocupan sus adicciones porque me preocupa su salud, y a la vez me río a carcajadas de los que, fumando un Marlboro, comiendo como cerdos, usando pastillas para dormir o tomando alcohol cada vez que pueden, le dicen despectivamente "drogadicto". Disfruto de cada exabrupto verbal porque, aún cuando en contadas ocasiones no coincido con su forma de pensar, siempre implican un grano en el culo de los poderosos, de los almidonados y de los tibios. Me regocijo cada vez que inventa una frase que queda para la historia y cuando pienso que un tipo que tenía destino de gastronómico, portero de barrio o taxista (en los mejores casos posibles) se subió a la cima del mundo y aprendió a analizar, criticar y opinar sobre temas que sobrepasan lo suyo. Y todo de la mano del fútbol.

Sobre el Maradona futbolista no tengo mucho para decir. Sí quiero contarles lo que me produce desde que me enamoró. Yo tenía once años cuando le dijo al planeta "el fútbol se juega así". Él fue quien me enseñó que entre el deporte y el arte puede haber poca diferencia. Por la creatividad y por la forma de conmover. Pasaron veinticuatro años y sigo llorando como un nene cada vez que veo el segundo gol a los ingleses relatado por Víctor Hugo Morales (si estoy solo, con alguien me da pudor aunque es inevitable que mis ojos se llenen de lágrimas que contengo con todas mis fuerzas). Nada ni nadie tuvo o tiene ese efecto en mi ánimo en forma repetida e inacabable.
Siempre que Diego esté implicado en la producción de la Selección, mi amor se redobla y retorna como en el ´86.

3) Hace nueve meses el sentimiento generalizado era la duda sobre el futuro de la Selección. Muchos "tiraculos", esos que siempre se ponen de la vereda de enfrente porque su triste historia de vida les enseñó que es mejor no ilusionarse y criticar a mansalva porque es más piola, porque parece que sabés más y porque, de última, si todo sale bien nadie se va a acordar quién estaba de qué lado, aseguraban que no llegábamos al Mundial. Siguieron en la suya a pesar de la sufrida clasificación sosteniendo que con un DT que no sabe nada de fútbol volvíamos en la primera rueda. Cómo se atreven. "No sabe nada de fútbol". Diego Armando Maradona. "No sabe nada de fútbol". No quiero enceguecerme, sé que le falta experiencia y que en algunas cuestiones tácticas quizás esté un tanto atrasado. Pero vamos a un contraejemplo: Bielsa. Los que dicen que Maradona "no sabe nada de fútbol" se masturbaron durante todo 2009 con el rendimiento de la Transandina de Bielsa en las eliminatorias. ¿Y qué pasó en 2002 con el que "más sabe de fútbol"? Nos volvimos enseguida. Y todavía duele. Esos mismos que endiosan a Bielsa (no entiendo qué laudos tiene para ponerlo ahí y a la vez endemoniar a Diego) son los que piden resultados a toda costa, incluso por encima del nivel de juego. Ni se dan cuenta de su contradicción.

Pero los vientos van cambiando. Esos mismos que en esta oficina le dieron duro por falta de trabajo y por "no saber nada de fútbol", están quedando en ridículo. Piden anular el prode del mundial porque osaron sacar a la Argentina en primera ronda. No saben qué hacer con las cuarenta y tres llegadas al área rival en los dos partidos que se jugaron hasta ahora. Miraron el partido contra Corea de reojo, juntándose para criticar algún error cada vez que podían, teorizando sobre cambios de posición y jugadores como si estuvieran en Sudáfrica 24 horas por día con el plantel. No gritaron los goles. Se rieron de Demichelis y se fueron a trabajar cuando todavía restaban quince minutos para el final.

4) Todos tenemos el derecho a estar en contra de algo que no nos convence o no nos gusta. Pero como todos los derechos tienen un límite, considero que sería sabio de su parte darse cuenta de que sus opiniones pueden ser erróneas. El sabio reconoce sus errores, el necio no. Aún a riesgo de quedar como un "panqueque". Un poco de humor y saber reírse de uno mismo no tiene nada de malo.
En el fútbol no hay lugar para la futurología y un mal planteo hoy puede significar un triunfo mañana. En el fútbol, lo que importa es el presente (no hablo de manejos institucionales, sino de un partido o un campeonato). Lo que no se gana hoy, lo que no se juega bien hoy y lo que no se disfruta hoy, no se puede dejar para disfrutar mañana viendo una repetición (salvo el milagro de gol mencionado ut supra). No de la misma manera. No se puede dejar de gritar un gol por miedo a que después te hagan dos y pierdas el partido. Y es de persona triste, muy triste, esperar el fracaso para ratificar el pesimismo y "tener razón". Es una elección subjetiva: se vive con ilusión o se vive con escepticismo.

Los que elegimos la ilusión somos mucho más felices.

martes, 8 de junio de 2010

El día de las marmotas

Inauguramos hoy el ciclo Accidentes de Oficina, con el relato de los acontecimientos acaecidos un día de primavera del año 2000. Elijo ese día porque el destino se loopeó en una repetición compulsiva que devino en tres accidentes en cinco horas: dos en la oficina, uno afuera; dos casi inocuos, uno con secuelas quizás de por vida; dos con intervención médica, uno con tinte cómico. Lo más llamativo fue que, siendo tan pocos oficinistas y tan escasos los accidentes, ese día ocurrieran tres a la vez. Caprichos del hado que nunca estarán al alcance de nuestro conocimiento mientras vivamos nuestra mortal vida.

La cosa arrancó a la mañana. Recuerdo estar hablando con Gonzalo del tremendo empate de Boca con Rosario Central (3 a 3) mientras llenaba el mate de yerba. Saqué el agua más cerca del hervor de lo que debía y llené el termo, uno de esos plateados, con tapa a rosca. En ese momento me distraje con la minifalda de Nelly. Pero que se entienda: la distracción pasaba por un plano de perplejidad, no de erotismo. Hasta ese momento no había visto a Nelly amorcillarse las piernas de esa forma y en rigor de verdad, no le quedaba bien. Además, todavía estaba fresco, pensé, pero después vería sus medias color piel estilo can-can (¿se siguen llamando así?) que seguramente atenuaban el efecto de las bajas temperaturas de la mañana de Berazategui al salir de su casa.
Lo cierto es que la mini me distrajo y por hacerme el uruguayo me quemé el dorso de la mano izquierda: no había llegado a enroscar la tapa del termo, me lo puse bajo el brazo cual charrúa paseando por la rambla montevideana, incliné el cuerpo hacia adelante imperceptiblemente y el líquido cuasi hervido se manantializó sobre mi mano. Alarido y piel pelada. Carcajada de Gonzalo -no tomó conciencia de la gravedad del asunto- que sería vengada por el destino. Rajando a la guardia para empezar el tratamiento antiséptico que duró un mes. La marca, a diez años del hecho, sigue adornando mi piel.
Por reírse de la desgracia ajena, o simplemente por desgracia propia, un rato después le tocó a Gonzalo. Cuando se disponía a evacuar el desayuno, se sentó en el inodoro con tanta mala suerte que no se percató de que la tapa anillada (la que usamos para no poner nuestra piel sobre la fría loza del sanitario) estaba partida. De una forma que no termino de advertir, la rajadura succionó una parte de la piel de sus asentaderas provocando un pellizco agudo que lo amoretonó y le arrebató un sonoro "ayy, laputamadrequeloparió" que se escuchó aún con la puerta cerrada. Salió del baño a las puteadas, obligado a posponer el acto corporal por desconcentración.

El plato fuerte lo aportaron Nelly, sus medias y su micromini.

A eso de las dos de la tarde, con la mano vendada y de muy mal humor, levanto un llamado del conmutador que sonaba sin cesar y sin ser contestado. Era un enfermero de Emergencias, que llamaba desde un local de la calle Tucumán para anoticiarnos de un accidente sufrido en la vía pública por "su compañera, la Señora Nelly Cantarutti.". Me dieron la dirección y salí a buscarla con dos compañeros más. Cuando llegamos al lugar, encontramos una ambulancia con Nelly sentada adentro, llorando como una niña. "Se tropezó y cayó en la vereda, pero no tiene nada", nos dijo el enfermero, con voz resignada por lo que entendí, fue una falsa alarma más. Nelly se apropió de una ambulancia mientras algún gordo hipertenso jugaba a la rayuela entre el Cielo y la Tierra unas cuadras más allá. Y todo por un raspón, una frutilla que no ocupaba ni el veinte por ciento de su rótula, una de esas que nos hacemos cotidianamente jugando fútbol cinco en una cancha de césped sintético. Más pequeña aún, no llegaba a frutilla, a lo sumo calificaba de frambuesa. Quizás a modo de castigo por alarmista, el médico y el enfermero le hicieron sacar las medias con las puertas del móvil abiertas de par en par. Papelón minifaldesco y bombachudo que pudimos ver todos. Ahí nomás nos dijeron que volvamos a la oficina, que la llevarían en un rato. Pero no volvió. Se fue a la casa con baja médica y regresó dos días después, escudada en su hipocondría y so pretexto de lesión que obviamente nadie creyó. Le costó una semana de horas extras no remuneradas, sin chistar.

Un quemado por boludo, un pellizcado por distraído y una tropezada por mirar la vidriera de una ortopedia. Todo el mismo día. El día de las marmotas.




miércoles, 2 de junio de 2010

Sin lugar para los débiles

Corría el año 1994 y yo estaba comenzando mi carrera oficinística en una de las empresas líderes de viajes de egresados de colegio primario. La organización estaba manejada por dos socios muy diferentes entre sí. Uno vivía ahorcado financieramente producto de su inhabilidad administrativa y marital: tres matrimonios con hijos en cada uno de ellos y una joven y consumista tercera esposa lo tenían en jaque a pesar de su enorme capacidad para vender, y de la pujante situación de la empresa. El otro, Il Duce, el más capo de los dos, el dueño del 51%, vivía holgadamente gracias a su buena gerencia hogareña y a la fortuna heredada por su esposa, hija de un rico estanciero de la Provincia de Buenos Aires. Trabajé para ellos durante trece meses y de entrada fui advertido por mis compañeros. El ahorcado parece malhumorado pero es un tierno, siempre dice que sí. Il Duce, en cambio, siempre tiene una sonrisa para darle a sus empleados, pero detrás de esos dientes omnipresentes se esconde un ogro devorador de almas proletarias. No te perdona una. Eso me decían. Lo que nunca me dijeron fue que podía ser capaz de obrar de la manera más injusta, cruel, arbitraria y maquiavélica que fuera posible.

Esas características aparecieron en dos tandas, una de ellas tremenda (espero relatarla a la altura de las circunstancias) y la otra no tanto, aunque bien gozadora, que me tiene como coprotagonista.

1) El caso de María

María empezó a trabajar a la par mía y rápidamente nos encariñamos con ella. Formoseña, retacona y fornida, contrastaba su contextura con una dulzura de cuento infantil, su voz era suave y su forma de hablar era una invitación permanente al abrazo cariñoso. Siempre nos preparaba un café con leche, un té o un mate, a los dieciséis miembros fijos de la empresa. Cuando me tocaba ir a la oficina de mal humor (muy seguido en esa época) me traía un bon o bon para endulzarme la mañana. Y cómo lo lograba. Con ese carácter pichimahuidesco llegó a ser la más querida de todos, en unos pocos meses.

Una mañana llegó Víctor con cara de preocupado. Me contó que olvidó un sobre con la cobranza en efectivo del día anterior en un mueble, sin cerrarlo con llave. Cuando recontó el dinero faltaban trescientos pesos (el monto total del dinero multiplicaba por diez ese importe). Para ubicarlos: la plata que faltaba equivalía a medio sueldo mío y menos de un sueldo entero de María.
El arqueo se realizó cuatro veces por cuatro personas diferentes y siempre arrojó el mismo resultado. Los contables hicimos varias conjeturas para llegar a una respuesta lógica pero no hubo caso. Víctor ofreció que se le descuente el dinero en tres cuotas para no sufrir el golpe muy abruptamente, ante mi estupor. "¿Cómo se te ocurre pagar esa plata a vos? Es un riesgo de la empresa, que se la banquen y a otra cosa. Tampoco es tanta plata". Víctor me dijo que la costumbre era esa: cuando un arqueo no daba el empleado cubría la diferencia, indefectiblemente.
Dada la rigidez de esa aberrante práctica administrativa, parecía no haber otra alternativa que decidir entre descontarle la plata a Víctor toda junta, o en cuotas. Sin embargo, al Duce había algo que no le cerraba. Se tomó dos horas para pensar y llamó a su socio, al Gerente Administrativo, al Director del Departamento Docente y al abogado, es decir, todos los peces gordos.
Recuerdo que estábamos todos aterrados.
A los diez minutos la llamaron a María y cinco minutos después salieron el abogado y ella -llorando desconsoladamente- y se fueron. No la dejaron despedirse.
Il Duce, que por esas casualidades de la vida era primo hermano del padre de una gran amiga mía (que incluso lee regularmente el blog) decidió que el dinero había sido robado por María y le dijo que fuera a mandar el telegrama de renuncia bajo amenaza de denunciarla penalmente por hurto. María, carente de recursos de carácter e intelectuales para enfrentar semejante afrenta, se encontró desvalida y tuvo que ceder, tomar sus cosas e irse, sin cobrar un solo peso de indemnización.
Lloramos todo el día. Las chicas, Víctor (con una culpa incurable), Puky (el otro varón proletario) y yo. Todos. Les propuse pedir una reunión explicativa, un espacio para hablar con los popes para entender qué pasó y saber a qué nos podíamos enfrentar de ahí en más, pero mis compañeros, que llevaban años trabajando con ellos, me sugirieron que me quedara en el molde. Y es lo que yo, mis diecinueve años de edad y seis meses de antigüedad tuvimos que hacer.
Poco después me enteré que María volvió a Formosa, donde la esperaba su hermana mayor para darle trabajo en su bar.

2) Mi caso

Unos meses después, mi continuidad laboral estaba amenazada dada mi calidad de joven, nuevo, trabajador en negro y crisis menemista en puerta. Sin embargo mi jefe, el Gte. Administrativo -con quien entablé una excelente relación dada su calidez y paternalismo- me prometió un contrato en blanco para poco tiempo después, y me envalentoné para emanciparme y alquilar un departamento compartido.
Cuando volví de las vacaciones encontré un clima espantoso, como nunca volví a vivir en otro lado. Las dos computadoras que yo usaba fueron robadas de la administración (sólo tenían la llave cuatro personas: los dos socios, el gerente y su ayudante). Ahí estaba toda la información contable, en blanco y en negro. Los socios decidieron no hacer la denuncia, incrementando así el suspenso del caso, y yo estuve diez días haciendo horas extras para reconstruir la información -en blanco y en negro- porque, obviamente, los CPU's no aparecieron jamás.
Esos diez días el gerente administrativo los pasó encerrado en la oficina del Duce. Casi no lo veía, pero llegando al final, me reuní con él y nos contó todo. Los socios decidieron despedirlo, ya tenían su reemplazo y pretendían que se vaya sin indemnización, porque -decían ellos- creían que las computadoras habían sido sustraídas por él. Dato aparte: el gte. administrativo había sido compañero y amigo desde el colegio primario y secundario del Duce, y sus familias eran amigas. Nunca supimos qué los llevó a hacer esa maniobra escabrosa, por qué querían sacárselo de encima, por qué el robo, por qué todo. Finalmente arreglaron una compensación simbólica y cerraron el caso. La semana siguiente me pidieron que enseñe parte de mi trabajo a una compañera, con lo cual imaginé mi destino. Se lo enseñé a regañadientes y poniendo todas las trabas posibles, pero no me quedó remedio. Hasta que el momento temido llegó.
La nueva gerente me llamó a su despacho y me explicó que mi contrato (qué caradura) había llegado a su fin, pero que estaban muy contentos con mi trabajo y que esperaban contar conmigo a la brevedad. Para mi no había brevedad, estaba recién mudado y casi no tenía ahorros, con lo cual le propuse lo siguiente: dado que me estaban despidiendo y yo estaba en negro, les pedía una indemnización como si estuviera en blanco (mucho menor a la legal por tenerme en negro). Pero no les gustó.
Volvió a llamarme, esta vez desde la oficina del Duce, y pasé los cinco minutos más duros que recuerde en una situación laboral de jefe-empleado. Estaban todos. Los mismos que esperaban a María para despedazar su alma. Me dijeron que era un desagradecido, que la promesa era de mi jefe que ya no estaba y que ellos no tenían nada que ver. Les dije, ingenuamente, que yo tampoco, que necesitaba el trabajo o el dinero, y que había planificado mi vida en función de eso, que lamentaba que ellos "no tuvieran nada que ver" pero les pedí que entendieran mi situación. Ante mi planteo, la respuesta inmediata del Duce fue:

- ¡Levantate de la silla y andate de esta empresa! ¡Ya mismo!

Me levanté, agarré todo y me fui, derechito al estudio jurídico de mi amigo L! a preparar la demanda, con un nudo en la garganta y otro en el estómago del que no pude deshacerme hasta la charla telefónica con la nueva gerente, unos días después.

Además de mi condición de empleado en negro, tenía a mi cargo la contabilidad de los colegios que viajaban en negro, sin pagar impuestos ni seguros. Me sorprendió la liviandad con la que tomaron la posibilidad de que en ese mismo momento encarara hacia la DGI.
Sin embargo, antes de enviarles la carta documento que prepararía con L!, me llamó la gerente para almorzar juntos y charlar. "Les cayó la ficha", pensé.
Me ofreció volver a la oficina con dos condiciones: mitad de jornada, mitad de sueldo era la primera (si tenía que irme a alguna entrevista ellos me daban permiso porque sabían que quizás ese ingreso no sería suficiente), y la segunda, pedirle perdón al Duce. "¿Perdón por qué? ¿Si yo no pedí nada que no me correspondiera?" Me dijo que ya sabía, me ensalzó y me dijo que tenía razón, pero que mi pedido había sido un poco soberbio y que correspondía que le pidiera perdón. Y cerró la conversación con una frase que no me voy a olvidar nunca: "No te dejes tentar por malas influencias. Recordá que estás empezando una carrera y que irte mal de acá puede ser irreversible". Un poco asustado y confundido, le dije que lo iba a pensar.
Hablé con L! y me recomendó que siguiera lo que dictaran mis sentimientos. Más confundido que antes, decidí probar suerte y volver, para ver qué pasaba.

Fui a la oficina del cerdo y en una charla cuyo tenor era conocido de antemano por los dos, hicimos como si así no fuera y le pedí disculpas, ante lo cual me ofreció el triste contrato amputado, que acepté rendido. Pero en el momento en el que le di la mano, algo hizo click. Tomé conciencia de todo: los tenía agarrados de las pelotas. No sólo por mi situación ilegal, sino también por la de cada colegio que se puso en riesgo por no tener seguro, y por los miles de dólares-pesos en impuestos evadidos, que podía declarar en la DGI de memoria. No tenía sentido seguir ahí adentro, lo que iba a ganar no me alcanzaba ni para el alquiler y era evidente que me lo habían ofrecido para pacificarme y que me vaya solo sin hacer quilombo. Seguramente lo hubiera hecho, porque no quería poner en riesgo mi currículum, que hasta ese momento sólo contaba con ese trabajo como experiencia previa.
Pero cometieron un error. Hacerme pedir perdón fue un tiro por la culata. Y subrayar que podía irme si tenía otra entrevista, también. Logré la epifanía deseada y no lo dudé. Ese mismo mediodía, después de ensuciar la palma de mi mano estrechándola con la de una de los oficinistas más desagradables que me tocó conocer personalmente, le dije a la gerenta que tenía una entrevista en un estudio en el centro. Y era verdad: el padre de L! me esperaba para redactar la carta documento en su estudio, que queda en el centro.

No volví a la oficina y a última hora llamé por teléfono a la gerente:

- ¿Qué te pasó? Nos asustamos, pensamos que volvías...
- Hicieron bien. El lunes les va a llegar una carta documento. Decidí hacerles un juicio y denunciarlos ante la DGI.
- ...
- ¿Hola, Silvia?
- (Suspira) Al final, te dejaste tentar por las malas influencias.
- No, al contrario. Al final, no me dejé tentar por las malas influencias.

Dos meses después - luego de las negociaciones y amenazas de denuncia fiscal- me indemnizaron con casi cinco mil pesos, el doble de lo que yo les había pedido "como si estuviera trabajando en blanco", y quince veces el sueldo magro que me habían ofrecido como limosna para evitar mi enemistad.
Eso, más las costas.
Más el miedo, durante un tiempo, de no saber si los denunciaría de todos modos, o no.