Suele pasarme, muy a menudo, que las conversaciones matutinas sobre los contenidos televisivos de la noche anterior me dejan en una posición marginal inevitable. Casi siempre lo que yo miro por TV es lo que nadie mira, y viceversa. Por eso, durante un buen rato de la mañana, me dedico a cualquier cosa menos a interactuar con mis compañeros oficinistas.
Varias veces pensé en renunciar y empezar a trabajar en forma independiente, rompiendo mi juramento, cuando la pantalla chica estaba copada por Gran Hermano. Más de una, hice el enorme esfuerzo de ver de qué se trataba, quiénes eran los protagonistas de esa ficción ultraguionada que la gente consumía con enorme avidez y la ingenua ilusión de creer (de estar convencidos) que lo que estaban viendo era "de verdad". Yo, luchando contra molinos de viento, les explicaba que estaba todo guionado, les mentía diciéndoles que conocía a uno de los morbosos que armaban todos esos icoságonos amorosos porque era el primo de un amigo, y aún así no me creían. Tal es el poder de la negación, tal es el poder de la ilusión. Tal es el poder de la televisión. Nadie fue más feliz que yo cuando un integrante se quebró y confesó todo, y la noticia corrió por todos los medios. Nadie fue más feliz que yo cuando, de repente, la basura más horrible que haya visto en televisión, aún por encima de Mariano Grondona, de Berni, de Mauro y de Marcelo Araujo, fue expulsada de la programación habitual. Porque encima -y esto es hoy aplicable también a Showmatch- hay ciento sententa y muchos programas autorreferencialmente televisivos que se dedican a analizar (¡¡¡¡analizan, por Dios, analizan!!!!) los avatares de todo ese desperdicio mediático. Vergüenza debería darles, sobre todo a aquéllos que deciden los contenidos. Porque estoy seguro de que si esa porquería no hubiera sido puesta al aire, la gente no la pediría. Pero ahora ya está, ya sembraron la semilla de la chiquitez mental, y ahora la gente pide más, porque la chiquitez mental es cómoda. No pensar es cómodo. Y hacer programas de mierda, también. Es cómodo y muy, muy barato.
Hoy, el trono de la comodidad lo ocupa Marcelo. Único e irreemplazable. Montó un show que mezcla de todo y para todos los gustos menos el mío. Los hace bailar un minuto y once segundos, y pelearse como viejas conventilleras durante cuarenta. Doble B. Barato y Berreta. Y como no podía ser de otra manera, en esta oficina terminó siendo la metadona que reemplazó la heroína antes encarnada por Big Brother. La misma mierda con un olor parecido, pero diferente. Y me aburre. Me aburre ver TVR y que siempre haya algo de Tinelli, me aburre escuchar a medio mundo hablar de "la Escudero" y "la chocolatera" y apenas saber quiénes son. Me rompe las pelotas. No lo puedo evitar.
Hasta con las verdaderas ficciones quedo afuera de la conversación. En general, las de Canal 13 copan las preferencias de mis compañeros. El sodero de mi vida, El peluquero de mi abuela, Valientes, Cagones, Campeones, Perdedores...todas. No sé ni cómo hacen, pero las ven todas. A veces en simultáneo con otras cosas (una vez la probé a Nelly y le pregunté por dos programas que compiten en el mismo horario...¡y sabía qué había pasado en los dos!). Y eso que mis colegas tienen familia. Y están con sus hijos, y cocinan, y ordenan, y cogen. Probablemente, mientras hacen todo eso, nunca apaguen el televisor.
Salgo del offside cuando se habla de fútbol. Es decir, el lunes entre las diez y las diez y dos. Dos minutos de gracia. Nos reímos de los errores de transmisión de Araujo, comentamos algún que otro gol, y listo. No cuento acá las cargadas que alargan el rato de charla un poco más, porque ese es otro rubro. Con o sin TV, las tendríamos de todos modos.
Por último, me resulta desagradablemente sorprendente el nulo espacio que tiene la actualidad política en los LCD's de mis compañeros. Nada. Cero. Ni hablar de algo con contenido cultural. "¡Vade retro, zurdo intelectual! En mi televisor, jamás." Ni siquiera el pobre Gen Argentino (vituperiado por los snobs de café e ignorado por gran parte del resto del público) que, con todas sus limitaciones, introdujo algo de debate e Historia en el horario central de un canal de alto encendido. Acá, en mi laburo, tuvo menos repercusión que un concurso de belleza de una escuela rural de la Puna.
Ah, ganó San Martín. Jhm, mirá vos. ¿Cheeeee, vieron la pelea de Guido y Oggiiiiii? Resulta que...