lunes, 31 de agosto de 2009

Publicidades de Oficina (I)

Somos carne de cañón de publicistas y nos toman para la chacota. Difícilmente encontremos una publicidad de oficinas u oficinistas en las que nuestros colegas protagonistas no nos inspiren lástima, risa o desprecio. Y creo que está bien que así sea. El estereotipo es indiscutible y contundente y todos los días encontramos situaciones o personajes como los de los comerciales, tan sólo basta con mirar al costado y ver una Nelly, un Jorge, una Silvana o un Mario.

En esta publicidad, por ejemplo, tenemos un jefe hinchapelotas que no es capaz de levantar el tubo para pedir algo, un oficinista eterno con un poco de mala onda y El Nuevo, en sus desesperados intentos por integrarse a un ambiente de trabajo jurásico. Menos mal que tenía un paquete de Menthoplus en el bolsillo.


sábado, 29 de agosto de 2009

viernes, 28 de agosto de 2009

Viernes

Viernes. En las buenas épocas de esta oficina algún alma animadora siempre traía facturas para endulzar la mañana y otra se encargaba de chocolatizar la tarde con bocaditos a granel. Hace varios meses que esa costumbre prescribió, creo yo por varias razones. Somos menos y de los que somos, debo decir con algo de pena que la mayoría transita los senderos de la avaricia, el egocentrismo y la amargura. Es moneda corriente ser mirado con cara de "sos un ridículo" cuando se intenta alguna acción mancomunante, no sé si es causa o efecto de la disminución de los actos entusiastas.

Contra viento y marea, el Club de los Cinco (conformado por Lucila, Mariano, Javo, Adela y yo) hicimos rancho aparte y nos regalamos doble convite (matutino y vespertino) y honramos al Viernes como corresponde.

De yapa, Mariano trae en su iphone una canción nueva cada semana, a modo de himno de despedida de la esclavitud oficinística hasta el próximo lunes.

Hoy -me adelantó la sorpresa para que pueda comentarlo en este blog y así será todos los viernes- vamos a brindar con mate y café a las cuatro y media al ritmo de esta canción:




miércoles, 26 de agosto de 2009

Oficinistas Famosos III: Franz Kafka

Considerado como uno de los autores más influyentes de la literatura universal del siglo XX, Franz Kafka fue un oficinista y escritor checo nacido en Praga en 1883 y fallecido a los 41 años de edad, en la deprimida década del 20. Trabajó en aseguradoras desde 1907 hasta 1920, cuando la tuberculosis le impidió continuar con su atormentada vida oficinística.

Quizás sea el checoslovaco más famoso, a pesar de haber escrito sólo cuatro novelas y no haber ganado ningún torneo de Grand Slam.

Sus dos obras más renombradas son El Proceso y La metamorfosis. Comprendí el por qué de su fama desde la pesadumbre que se apoderó de mi espíritu durante la lectura de ambas. El Proceso es una obra oscura y llena de angustia en la que el protagonista es atrapado por un laberinto burocrático repleto de reglas tácitas que desconoce por completo (y en el que no faltan las oficinas deprimentes), a punto tal de llevarlo a un desenlace trágico sin saber la razón. La metamorfosis, su obra cumbre, es una novela corta que recomiendo leer y releer, aunque más no sea para sentirnos un poco mejor al comparar la desgraciada vida de Gregor Samsa con la de uno. Nunca volví a encontrarme con una obra literaria que me transmitiera tan eficazmente la angustia de su protagonista. El detonante es la transformación de Gregor en una especie de Gran Cucaracha, lo que claramente representa una metáfora que desencadenó decenas de interpretaciones diferentes aboradadas desde la filosofía, la literatura, el psicoanálisis y hasta la ciencia política.

Kafka fue un oficinista tan pero tan groso, que el idioma adjetivó su apellido.
Desde aquí, este pequeño homenaje a otro colega que trascendió las fronteras de las grises paredes de nuestra jaula cotidiana.




viernes, 21 de agosto de 2009

Oficine: Sueño para un oficinista

Ustedes dirán: "¿qué es esto?"...

Bolugoogleando mi ocupación, encontré este PERLÓN (si se me permite el aumentativo) escondido en la web. Se trata de un corto que hizo Mario Piazza, cineasta independiente de la ciudad de Rosario (una de las tres más importantes del país) que según nos cuenta esta nota es reconocido en el ambiente del cine, aunque sus obras no tuvieron todavía penetración en el circuito comercial.

El corto fue exhibido en recitales del grupo de rock nacional Irreal tal como se ve en el link que les voy a dejar (genial escuchar las voces de la gente de fondo).

Antes de verlo, les comento que el realizador hizo cámara, montaje y dirección y tenía tan sólo veintiún años. También cabe recordar que en esa época en la Argentina había que producir arte bajo un régimen terrorista de Estado que además de ser terrorista, era bruto e inculto, con lo cual todo se volvía mucho más difícil. Por último, tengan en cuenta que se trata de cine-arte, quizás no estamos acosutmbrados a este tipo de realizaciones y puede resultar un poco bizarro.
Dura 19 minutos, si tienen tiempo y ganas, échenle un vistazo. Yo lo sentí muy hermanado con este blog en el mensaje que intenta trasmitir con su sencilla historia.
Aprobado Muy Satisfactoriamente.




Sueño para un oficinista (1978)




Mariano y Lucila (V)

Lucila blanqueó su desgracia sin titubeos, sin rodeos, sin vergüenza. El juicio se inició en tiempo récord dejando el saldo de un condenado a 15 años de prisión efectiva, otro a 9 años, y una multa económica para los dueños de la disco. Bruno, el ahora ex novio de Lucila, saldría del penal de Marcos Paz en 2011, con suerte y buena conducta mediante.
Mariano fue oreja, hombro y pañuelo. Escuchó, consoló y aconsejó a Lucila en todo lo que estaba a su alcance. La amistad se hizo fuerte y esa fue una época en la que los sentimientos tiernos de Mariano crecían a medida que menguaba la atracción inicial que sentía por ella...aunque nunca del todo.

Para ese entonces, Mariano llevaba seis meses de romance con Alexia. Se veían todos los días y ya planeaban irse a vivir juntos. Un viernes ella vino a la oficina a buscarlo y lo esperó en la recepción unos diez minutos, suficientes para que se arme el típico revuelo testosterónico que provoca cualquier presencia femenina ignota. Cuando se supo quién era esa chica, una lluvia de elogios y envidias cayó sobre Mariano. Pocos lo imaginaban capaz de conquistar una belleza semejante.
El lunes a la mañana quedaron a solas en la cocina y Lucila le reprochó el no haberle contado nada de su relación. Le dijo que le parecía injusto que ella abría su corazón sin miramientos mientras él casi no revelaba detalles de su vida privada. Mariano intentó minimizar el asunto pero cada vez que ponía un paño frío al encono infantil de Lucila, era peor. Como si tratara de apagar un incendio con nafta super. El enojo de ella fue creciendo a medida que pasaban las horas y al final del día Mariano se acercó para preguntarle si se le había pasado.
- No, y no se me va a pasar mágicamente. Yo confié en vos...
- Pero yo también, Lu. Si no te conté nada es porque no hubo lugar...
- ¿Perdón? ¿Me estás echando en cara que hablamos siempre de mi?
- ¡No! ¡No te echo nada en cara! Pero la verdad es que no se dio, qué sé yo, disculpame.
- Me siento una estúpida.
- Bueno, todos nos enojamos por boludeces alguna vez...
- ¿Boludez? ¿Te parece una boludez? ¿Sabés qué? Dejémoslo acá, porque cada vez que me decís algo la embarrás más. Y ya estoy bastante enojada. Seguí tu camino, yo me tengo que ir. Suerte.

Estuvieron dos meses sin hablarse, y si bien Mariano se sentía muy incómodo con la situación, sabía que con el tiempo se solucionaría. Lucila, mientras tanto, sufría en silencio por ser tan inflexible y, por sobre todas las cosas, por sentirse tan desdichada. Su proyecto se había desmoronado pocos meses antes y su corazón empezaba a gritarle que otra persona lo hacía latir con más fuerza. Pero esa persona, que antes parecía interesada en ella, tenía su propio proyecto. Y no la incluía.

martes, 18 de agosto de 2009

Destinatario equivocado

Nunca transpiré tanto en mi vida oficinística como aquél día de Abril de 1999.

Después de almorzar, el jefe de mi sector convocó vía email interno (novedad tecnológica del momento) a una reunión para el cierre de la jornada con el fin de tratar una redistribución de tareas, luego de haber sufrido una baja en el equipo. Fiel a su costumbre, decidió que todos dejáramos la oficina después de las 20 horas. Ideal para todo aquél (como él) que necesitara excusas para llegar lo más tarde posible a la casa y así posponer el urticantemente cotidiano reencuentro con su esposa.
Yo, en cambio, tenía una cita tempranera que había esperado ansiosamente y durante mucho tiempo, en la otra punta de la ciudad.
Enfadado, reenvié el email original a mi compañera (hoy jefa) con la siguiente leyenda:

"LA REPUTA MADRE QUE LO PARIÓ. ¿JUSTO HOY TENÍA QUE ROMPER LOS HUEVOS CON SUS REUNIONES NOCTURNAS?"

Con mayúsculas y todo.

Luego de clickear "Send", dirigí mi vista al susodicho infeliz, que estaba muy concentrado en la lectura de un acta de directorio. Continuando el paneo para buscar una mirada cómplice en Cristina, sentí, sin poder explicar cómo ni por qué, que algo no andaba bien. Tuve una intuición cuyo correlato corporal fue la sensación de tragar un carozo de durazno. Es lo único que puedo verbalizar al respecto. Revisé mi carpeta de emails enviados, y descubrí -presa del horror- que en lugar de dar "Forward" (reenviar) clickeé en "Reply" (responder). Mi respuesta estaba lista para ser leída sólo por mi jefe, destinatario único y merecido de mi enorme puteada. Para colmo de males, en ese momento no lo tuteaba, con lo cual el mensaje podría haber sido interpretado como una respuesta dirigida directamente a él.

Mientras el sudor frío minaba mi piel, emulando la velocidad mental de un ajedrecista cuyo reloj está a punto de darle la partida por perdida, pensé, decidí y accioné.
Le pedí al puteado que me acompañara a la sala de reuniones, que necesitaba hablar un segundo con él. Sin dudarlo, dejó su lectura y se dirigió hacia allí. El primer objetivo estaba cumplido.
Caminé cuatro pasos detrás de él y me volví hacia el escritorio de Cristina con la cara desencajada. Le pedí que por favor entrara al Inbox de Jorge y borrara el email que le había mandado por error, que después le explicaba. Me tomó unos tres segundos. Volví corriendo tras los pasos de Jorge, que estaba entrando a la sala, sin saber si Cristina, mi única posible salvadora, había entendido algo de lo que le dije.
Con mi pensamiento desdoblado, me quedaba un 50% de mente libre para armar un speech creíble y coherente. Me senté, respiré muy hondo y dije "Ahhh, en fin...", rogando a mi cerebro cual Homero Simpson que piense, que dijera algo aunque no fuera inteligente, pero que dijera algo. Jorge me miraba. Mi boca se abrió y las palabras salieron solas. Arriesgadamente, le sugerí que en lugar de redistribuir las tareas, quizás deberíamos pensar en contratar a otra persona aunque fuera temporariamente, porque todos estábamos un poco sobrecargados de trabajo. Una gran mentira. Jorge me respondió, paternalmente, que en ese momento no era posible, que Londres no autorizaría un nuevo ingreso en Adminsitración hasta el año siguiente por lo menos, porque ya fue un triunfo conseguir que permitieran el mío. Le devolví un "qué pena" y extendí la charla un poco más abordando la problemática coyuntural del mercado laboral en el mundo, y otras yerbas. Habiendo perdido un tiempo que consideré suficiente, volvimos a nuestro sector.

Lo primero que hice fue mirar a Cristina. Para mi felicidad plena, la vi sonriendo en forma picaresca en su escritorio. Jorge se sentó en el suyo y leyó su pantalla durante unos minutos. No hubo ninguna expresión de disgusto o sorpresa. Cuando se fue (al baño, cocina o quién sabe dónde) Cristina soltó la retenida carcajada y me preguntó si estaba loco. Le expliqué que el email era para ella pero que torpemente se lo había enviado a Jorge. Le agradecí unas cuarenta y tres veces y al día siguiente le traje una caja de bombones, gesto que algunos malinterpretaron durante mucho tiempo, incluso sabiendo la verdad.

A partir de ese día, leo detenidamente el destinatario de mis mensajes dos veces antes de enviarlos y nunca me burlo de aquéllos que mandan emails con contenidos comprometedores a destinatarios equivocados, como le pasó a Laura hace un tiempo. Pero esa, es otra historia que les contaré más adelante.

martes, 11 de agosto de 2009

Papelones de oficina

La oficina es un sitio generador de situaciones embarazosas, suele haber mucha gente y el grado de relación entre los miembros es tal que deja el terreno preparado de manera ideal para que, en caso de ocurrencia de hechos avergonzantes, el perpetrador sienta un calor bochornoso. Digo esto porque (en general) no suele haber una confianza que permita el laissez faire y cuando existen agentes de noticias de pequeñas desgracias, lo sonrojante corre como reguero de pólvora y en un abrir y cerrar de ojos todos se enteran del infortunio y su dueño.

Como aquel día en que Hugo fue al baño. Sabido era entre los hombres de la oficina que al aprestarse a orinar en los mingitorios, por gusto o necesidad, acompañaba su meada con ruidosas y repetidas flatulencias. Mario, tarea de inteligencia mediante, lo registró con una vieja y pequeña grabadora en su bolsillo para luego, al difundir el documento sonoro, deleitarse con las caras de asco de las oficinistas que hasta ese momento ignoraban esa cotidiana situación. Hugo renunció a los pocos días y se fue a Tandil, donde hoy vive feliz junto a su familia.

En mayo del año pasado, Paula tuvo la desgracia de indisponerse fuera de fecha, y su pantalón blanco la delató frente a todo el Directorio de la empresa cuando fue a buscar un vaso de agua en plena reunión. Volvió con un sweater atado a la cintura y, como dicen los manuales, hizo como si nada hubiera pasado. Pero la noticia llegó a oídos de todos y del tema se sigue hablando como si hubiera ocurrido ayer.

El Presidente de la Compañía, Mr. Richard, es un pollerudo famoso. Mientras todos nosotros nos entregamos al inevitable "sí-richardismo" día tras día, su madre y su esposa no tienen reparos a la hora de reprocharle lo que esté a la orden del día por teléfono, fax, email o (lo vergonzoso) personalmente y delante de quien esté dispuesto a escuchar.

Nelly, que por momentos parece padecer un alto grado de sociopatía que inhibe su capacidad de sentir pudor, tropezó y se cayó de boca, su corta pollera quedó dada vuelta sobre su espalda y varios de nosotros nos aterrorizamos al ver durante unos tres segundos su horrenda bombacha del tamaño de mis bermudas. Por suerte se sintió muy avergonzada (y dolorida), asumo que no volveré a presenciar una escena tan violenta para el buen gusto y la libido masculina.

Sin abordar situaciones decorosas laborales, me despido hasta la semana que viene aconsejando a todos los que lean este post que nunca pierdan la virtud de sentir vergüenza, porque un gas se tira cualquiera, pero volver a hacerlo con despreocupación, es mucho peor. En serio. Está mal visto.



miércoles, 5 de agosto de 2009

Family Day

Sábado soleado.
Ver a la gente de la oficina es una patada de puntín en los dientes. Verlos con sus familias en un evento organizado para copiar modelos corporativos foráneos, un pellizco testicular.
El Gerente General ofreció su casa en un country de zona sur llamado Estancia Abril. Mientras me como un choripán junto a mi esposa, mato el aburrimiento debatiendo con ella si el verdadero motivo de su anfitrionazgo responde a la necesidad de disminuir los costos de la empresa, a la de hacer alarde frente a todos de sus ochocientos metros cuadrados cubiertos y su piscina que se ilumina de noche, o a ambos motivos por igual.
Después del postre se arma un partido de vóley y la madre de Nelly insiste en participar. Se cae y se dobla la muñeca: al hospital. Dichosas ambas, adoradoras de los claustros color blanco nosocomio.
El hijo del cadete trajo una guitarra de juguete, le apreta un botón y todos aplaudimos mientras trata de hacernos creer que es él quien interpreta esa canción juvenil. Al ver el éxito de su némesis, el hijo del Gerente de Inversiones, de edad preescolar como el otro, nos brinda el berrinche más ruidoso que he escuchado en toda mi vida. Va a ser gay. Tiene cuatro años, pero puedo firmar con una pluma y mi propia sangre, que de grande va a ser gay. Sabemos que echa al padre de la cama para dormir con la madre, que usa sus tacos para pasear por la casa y le roba los maquillajes, pero la prueba contundente la obtuve hoy al verlo renegar. Ante el escándalo, el padre sumiso sube al auto y vuelve a los cuarenta minutos con un saxo de juguete. A esa altura el mini-cadete ya había dejado su guitarra para jugar a la pelota con los otros cinco rapaces presentes en el evento. Franco, el malcriado, deja el saxo de lado y se junta a tomar el té con las nenas de mi jefa.
Llama Nelly al celular de Lucila y avisa que su madre tiene que hacer reposo dos días antes de volver a usar su mano derecha.
Un par de jefes y gerentes se juntan con sus vasos de whisky y encaran para el campo de golf, ahí nomás de la casa del anfitrión, dejando a sus esposas, novias y concubinas hablando entre ellas. Tres chupamedias se suman a los jerárquicos.
El tiempo no pasa más.
Mario se va con una excusa que no llegué a escuchar. Adela y los suyos se van con él. Viene Adriana, la esposa del Rey del Viejazo. Habla sin parar durante cinco minutos. Sin preguntas, sin lugar para el diálogo. Habla hasta que escucha un grito agudo y sale corriendo al encuentro de su hija. Franco la había arañado.
Mi esposa me pregunta cuándo nos vamos. Llevamos cuatro horas tratando de evadir diálogos aburridos con el mayor disimulo posible. Decidimos que no da para más, nos despedimos de los que están más cerca y nos vamos al cine. A la noche, invitamos a nuestros amigos a jugar al T.E.G. para diluir el aburridazo que nos pegamos, obligados por las putas normas de convivencia de la oficina.