viernes, 29 de mayo de 2009

Delivery (I)

Hoy se cumple un año de la peor pesadilla gastronómica padecida en toda mi carrera oficinística.

El 29 de Mayo del año pasado -lo recuerdo bien porque es una fecha muy especial- se me ocurrió hacer el pedido de mi almuerzo bien temprano (antes de las 12) porque mi desayuno había resultado muy frugal y, dado que se me antojó comer ravioles a pesar de ser el día de los ñoquis, habría de realizar el pedido a un lugar que suele demorar no menos de una hora en hacerse presente con el ansiado blister alimenticio. Cuando corté con la chica que me atendió tan rápido que parecía hablar en euskera, me quedó un rebote de duda, un eco perceptivo subconsciente que me indicaba que algo no iba a salir bien, así es que decidí estar alerta.

A las 13:30 hs. -sin mi almuerzo- tomé el toro por las astas, el teléfono por el tubo y llamé, con hambre incipiente y malhumor en puerta debido a la exagerada demora que me estaba comiendo en lugar de los ravioles. Voy a intentar reproducir el diálogo, aunque se me escape algún detalle:

- Hola, te llamé a las 12 para hacerte un pedido y todavía no llegó
- ¿Y qué hora es?
-....según mi reloj, dos menos veinte.
- No puede ser. ¿De qué dirección llamás?
- Calle Tal 220 piso 12, a nombre de Oficinista Aburrido.
- Oficinistaaa...Oficinistaaa....dame un segundo. [quedo en línea casi un minuto por reloj, mientras escucho ruidos de platos, mozos, clientes, eructos y reproches...] Mirá, el pedido salió hace una hora y dijeron que nadie lo había pedido.
- Debe haber un error, porque si te estoy llamando de nuevo, ES PORQUE LO PEDÍ, ¿no?
- ¿Cuál era la dirección?
A esta altura, decidí dejar que el vacío de mi estómago dirija mi forma de expresarme. Ya no me importaba nada.
- ¡TE LA DIJE RECIÉN! !!CALLE TAL 220 PISO 12!!. Escuchame una cosa: ¡tengo hambre! ¿Me van a traer el almuerzo o no?
- Dame un segundo....[pasaron treinta más] Parece que fue a Calle Tal 240, en lugar de 220. Porque en Tal 240 piso 12 hay otro Oficinista que es cliente, de ahí la confusión.
- Ahhhh...mirá vos qué casualidad. ¿Y en cuánto tiempo me podés mandar los ravioles?
- ¿No eran ñoquis?
- NO!!!!!! Ravioles!!!!!!
- Ok, no te pongas mal, por favor. En quince minutos los tenés ahí con vos. Te pido mil disculpas.
Acepté, aunque las disculpas no se comen, y traté de pensar en otra cosa.

Cuarenta minutos después, habiéndome bajado medio paquete de Mayco sin sal y mientras codiciaba lujuriosamente el tupper de Nelly (arroz integral con gomasio), con ganas de agarrar puñados con las manos y comerlos medievalmente, me llamó Adela de recepción para avisarme que mi pedido había llegado. Pagué con la alegría de un niño que recibe su primer Scalextric y me senté a comer. Pero faltaba lo peor.

Si hay algo que no puedo comer es la ricota. Odio la ricota y puedo detectar su presencia a varios metros de distancia aunque esté camuflada en una enorme masa de verdura cómplice. Basta un gramo de ricota en un kilo de lo que sea para que no sólo me dé cuenta de su presencia al sólo paladearla, sino también que me provoque arcadas automáticas y pérdida inmediata del apetito. Como no podía ser de otra manera, la telelfonista aburrida me tomó mal el pedido y en lugar de mandarme ravioles de pollo me los mandó de ricota. Abrí uno por la mitad para corroborar y, antes de engullir, detecté la indeseable presencia del lácteo en mi almuerzo. Al borde de un llanto que se perfilaba similar al del torturado para arrancar una confesión, con una mezcla de cansancio, dolor, resignación, "preguntame lo que quieras y te digo que fui yo", volví a llamar a la señorita y, con un hilo de voz, le expliqué lo sucedido. Le dije que era una vergüenza lo que habían hecho, que eran casi las dos y media de la tarde y que me tomé el trabajo de pedir antes de las doce, como dice el volante, para facilitarles la tarea. A cambio, recibo la comida con más de dos horas de demora y no me mandan lo que yo había pedido. ¿Qué tengo que hacer? Me arruinaste el día, le dije. Me pusiste de mal humor y además estoy cagado de hambre. ¿Cómo lo vamos a solucionar? Pidió disculpas tres veces y me ofreció estar en la oficina personalmente con lo que yo quisiera en diez minutos. Le pedí un sandwich de milanesa completo, los ravioles eran historia.

A los doce minutos llegó ella. La reconocí por la voz. Volvió a disculparse, me explicó rápidamente que estaban con mucho lío por un par de renuncias y no sé qué otra excusa más, el hambre me impedía escuchar atentamente. Recibí el sándwich, me devolvió la diferencia y me volvió a pedir perdón. Yo sólo atiné a responderle con lo que quedaba de ese hilito de voz y mirándola a los ojos:

- Con la comida, no se jode.


viernes, 22 de mayo de 2009

El faltazo

Una Gran Institución en la moderna y aburrida vida oficinística es el faltazo, como llamamos en Argentina al acto de no concurrir al trabajo sin motivos reales que respalden la ausencia. Es el descendiente directo de la rateada o rabona practicada en el colegio antes de ser oficinistas.
En algunas empresas de EE.UU. y Gran Bretaña se institucionalizó (ver este link). En los casos en los que los días de fiaca no son descontados de las vacaciones me parece un logro, un triunfo de la sinceridad y un avance de los derechos del trabajador. Pero si me lo van a descontar, que se los guarden. Prefiero seguir mintiendo cuando tengo ganas.

El faltazo debe ser llevado a cabo con profesionalidad y máxima responsabilidad. No debe ser tomado a la ligera porque un movimiento en falso, una excusa débilmente argumentada o un pretexto insuficientemente sostenido pueden tener consecuencias nefastas. En general, los castigos aplicados por los jefes a los faltazos mal defendidos, suelen ser tan solapados como molestos. No te lo dicen de frente, jamás los escucharás decir "no te creo que estuviste vomitando toda la mañana", pero te la van a mandar a guardar por abajo de la mesa en cuanto tengan la oportunidad. Además, abandonar el faltazo a la buena de Dios nos achica el margen a futuro para la repetición y obstaculiza al resto el camino para gozar de sus beneficios.

El faltazo suele respaldarse con dos tipos de motivos: enfermedad (propia o ajena) o trámites indelegables. Son los más efectivos y defendibles; yo soy más amigo de los trámites pero cuando mi sentido común me avisa que si vuelvo a usarlo estaría revistiendo de burocracia exageradamente mi vida entera, opto por un buen resfrío. Cuidado: hay oficinas en las que se pide certificado médico (en la mía por suerte no es así) y en ese caso debe contar sí o sí con uno o dos amigos médicos que le faciliten el documento. Caso contrario deberá elegir otras alternativas.

Pegarse el faltazo un lunes o un viernes es la niña bonita. Lo codiciado por todos. Por ello, es necesario obrar con máxima precisión. Si vamos a faltar un viernes, el miércoles tenemos que empezar a toser y moquear. El jueves tenemos que hablar lo menos posible y cada vez que lo hagamos, tapar ese conducto entre la garganta y la nariz que nos hace parecer congestionados. Si el faltazo es el lunes es menester presentar algún síntoma el viernes y al regresar a la oficina el martes, quejarse severamente por el fin de semana desperdiciado entre antibióticos, pañuelos y sábanas. Uno debe estar profundamente comprometido con la mentira antes, durante y después de llevarla a cabo, porque como dice George Constanza: "No es una mentira, si tú la crees."

Una recomendación que no puedo dejar de lado: debe evitarse involucrar a un compañero en el preparado del terreno para el faltazo. Cuanto menor sea la cantidad de gente que conozca el engaño, mejor será. Debe minimizarse el riesgo de ser descubiertos...nunca se sabe cuán tonto o cagador puede ser el prójimo.

A continuación, les dejo una pequeña lista de enfermedades y trámties faltazofriendlies, ampliamente extensibles y complejizables:

Enfermedades:

- Resfrío / Gripe
- Gastroenterocolitis (la preferida de Nelly)
- dolores femeninos (recomendado para empleadas públicas)
- Intoxicación (asegura al menos 48 hs. de faltazo)
- extracción de muela (ojo! es muy arriesgada pero la vi)
- fondo de ojos en horario laboral (elaboración propia)

Trámites:

- Firma escritura (alquiler, garante, compra de propiedad, de rodado, etc.)
- Testificación en juicio de algún amigo
- Trámite de título en Universidad o Colegio
- Alta / Baja de algún servicio que requiera nuestra presencia.
- Reunión en el colegio por los chicos (sólo para los que viven muy lejos de la oficina)
- Fallecimiento de tío/a. (¿debería ir en enfermedades?)
- Examen (para estudiantes: un hermoso refugio para el faltante).
- Acompañar a progenitor y/o hijo a algún examen médico.


Recuerden no abusar y comprometerse con cada acto que involucre el faltazo y que el 27 de este mes se juega la final de la Champions League.

martes, 19 de mayo de 2009

Oficinistas Famosos (II)


Retomamos esta sección con una figura excluyente del siglo pasado y uno de los científicos más importantes de todos los tiempos: Albert Einstein.

Albertito era un niño con dificultades de expresión y aprendizaje y muchos consideraban que era un poco retardado, razón por la cual terminó trabajando en una oficina muy aburrida (Oficina Confederal de la Propiedad Intelectual de Berna, imaginen lo que sería ese lugar...) durante ¡7 años! con el cargo burocrático de "Técnico Experto, tercera clase", a pesar de haber hecho previamente grandes trabajos de investigación. Me detengo un segundo en este suceso: el tipo tenía serias dificultades para expresarse, y terminó trabajando en una oficina...Hagamos entonces un ejercicio: miremos a nuestro alrededor y busquemos cuántos compañeros oficinistas serían un Einstein en potencia, si nos dejáramos llevar por una causalidad falaz.

Luego se transformó en el Einstein que todos conocemos. Publicó la Teoría de la Relatividad Especial (1905), la General en 1915, ganó el Premio Nobel de Física en 1921 y realizó cientos de aportes a la ciencia moderna. Además, sufrió el protagonismo de una paradoja que lo marcaría a fuego en sus últimos años de vida: siendo un pacifista a ultranza, a punto tal de redactar un manifiesto en el que exhortó a la comunidad científica mundial a unirse a favor del desarme, fue el artífice involuntario de la invención de la bomba atómica, ya que los yanquis se basaron en sus estudios para su construcción. Algunos sostienen que una vez que resultara inevitable la aplicación de sus teorías a la construcción de armas de destrucción masiva, un resignado Einstein decidió asesorar al gobierno de Franklin Delano R. para evitar que los nazis explotaran antes dichos conocimientos.

También es el autor de algunas frases que han quedado en los anales de la historia, en general de contenido profundo, humanista y hasta religioso, en contraposición a la dureza de la ciencia que él mismo representa:

"Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo."

"La única cosa realmente valiosa es la intuición."

"La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices."

"Si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre."

"Triste época la nuestra. Es mas fácil desintegrar un átomo que superar un prejuicio."

"La imaginación es más importante que el conocimiento."

"El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir."

"Dios no juega a los dados con el mundo."

Albert Einstein: físico, profesor, pacifista, genio y, alguna vez, Oficinista Aburrido.








lunes, 18 de mayo de 2009

Homenaje

Hoy es un día triste, más allá de ser el día de la bestia. Ayer nos dijo adiós mi oficinista favorito, Mario Benedetti, a quien ya rendimos un pequeño homenaje en este post.

Se fue a los 88 años y nos dejó una obra prolífica que disfrutaremos hasta el fin de nuestros días.

Gracias por el fuego, Mario.

viernes, 15 de mayo de 2009

Sobre los manuales de RRHH y la Heladera

Me pregunto si hoy Recursos Humanos tendrá en alguno de sus casi siempre inútiles manuales oficinescos, algún capítulo que hable de la vuelta en contra del objetivo de una medida tomada para el bienestar de los usuarios. Me refiero a cosas concretas (heladera en la oficina, máquina de café, etc.) y también abstractas -verbigracia, los cursos de capacitación o las jorandas de retiro en un campo ubicado a 140 km. de la ciudad que creemos el paraíso y terminan siendo una gran bazofia- que son implementadas para contentar un poco al personal pero terminan siendo contraproducentes.
Me lo pregunto porque en los tiempos pre-interneicos trataba de matar el aburrimiento leyendo algunos pasajes de esos manuales (N. de R.: matar el aburrimiento con más aburrimiento, es como multiplicar "menos por menos", pensaba) y encontré párrafos deliciosamente ridículos, en particular los referidos a las relaciones ínitmas entre empleados de la firma. Pero respuestas a mi pregunta incial, ni una.
Con respecto a esta cuestión, es realmente increíble que una empresa intente encarrilar por escrito y a tono de ley los sentimientos de sus siervos-empleados. Más increíble aún, es que la legislación los respalde en esta aspiración granhermanesca, y todavía más ridículamente increíble, es que mucha (demasiada) gente piense que piensa que está bien, que la empresa tiene derecho a hacerlo.
Pero no me quiero desviar del tema principal de esta entrada: la heladera. Las oficinas que cuentan con una cocina, kitchenette u office, tienen un potencial foco de conflicto latente y explosivo. En esta oficina en particular estamos atravesando una época especialmente conflictiva, no sé si tendrá que ver con el clima, la posición de los astros, la crisis financiera o el aleteo de una mariposa en Hong Kong, pero en los últimos diez días registré cuatro peleas encarnizadas por el uso abusivo, excesivo y confiscatorio de la heladera.

Caso 1: Nelly dejó en el refrigerador cuatro vasos con tapa llenos de leche materna para su hijo de tres meses, que obtiene con el sacaleche en sus ratos libres. Cuando Mario los vio armó un escándalo mayúsculo, incluyendo falsas arcadas. No voy a justificar a Nelly, pero si la leche hubiera sido de Lucila o de Adela, otra sería la historia...

Caso 2: Gonzalo se comió un yogur de Mariano. Inmediatamente tuvo que bajar a conseguir un reemplazo, bajo amenaza de ser castigado físicamente.

Caso 3: Otra vez Nelly, que me parece que estaba esperando su oportunidad de revancha. Mario dejó mal cerrada la puerta de la heladera y se armó una pelea con efecto bola de nieve que terminó con la misma Nelly llorando y Mario con el traje de villano, que ya es como un tatuaje de cuerpo entero.

Caso 4: a Jorge se le olvidó medio sándwich de atún escondido en un rincón y se pudrió. El lunes, al abrir la heladera temprano a la mañana y en ayunas, Adela se encontró con un olor fétido insoportable que sacó lo peor de ella el día entero. Jorge fue penalizado con la humillación pública y no recibió un sólo mensaje desde recepción durante tres días.

Los ánimos están caldeados y el común denominador de los últimos conflictos es la heladera. Hablar no sirve. Los carteles en la puerta no dan resultado. Las advertencias vía memo son inútiles. La mediación de los directivos es nula (y está bien que así sea). ¿Qué dice RRHH? ¿Encontraré en algún pasaje de su biblia del comportamiento corporativo las recomendaciones y penalidades por el uso y abuso de la heladera? ¿Es ridículo? ¿Es más ridículo que decirme qué tengo que hacer si me enamoro de una compañera?

miércoles, 13 de mayo de 2009

Mariano y Lucila (III)

Aquél almuerzo resultó un mazazo descomunal para las intenciones amorosas de Mariano. Sus chances menguarían a casi cero: Lucila se iba a casar con Bruno, su eterno novio, dentro de diez meses.
Mariano se mostró levemente sorprendido, tratando de parecer natural y disimular esa pequeña puñalada en la tráquea que sentía cada vez que algo no le salía bien. La chica nueva le gustaba aún más de lo que pensaba. Pero, salud mental mediante, se la sacaría de la cabeza y del corazón rápidamente y a otra cosa mariposa. De todos modos, escuchó estoicamente el relato de Lucila sobre su historia con Bruno, rió internamente cuando se enteró que era portero de un boliche de moda ("¿qué hace esta obra de arte con un patova?") e inmediatamente se sintió peor por creerse mejor y no tenerla. Volvieron a la oficina y trató de concentrarse en su trabajo y en preparar el material del próximo examen de Cuentas Nacionales que tendría la semana siguiente con Dorín.

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Los meses siguientes fueron un largo tormento. Su interés por Lucila crecía en contra de su voluntad y de sus esfuerzos por desplazarla de su alma. Se subió al tren nocturno porteño y conoció una docena de chicas con las que llegó a la cama, sin repetir el encuentro con ninguna de ellas. Se aburría antes de consumar cada conquista y hasta llegó a pronunciar dos veces el nombre de su secreto objeto de deseo por error. Paralelamente, Lucila planificaba su fiesta en la oficina y a viva voz solicitaba consejos e información a todo aquél que pudiera. El preferido a la hora de pedir una opinión, sin que ella imaginara que deshilachaba su estado de ánimo, era Mariano. Él trataba de equilibrar su conflicto y darle algún que otro tip, pero siempre encontraba alguna excusa para no prolongar demasiado el momento. Casi se agarra a trompadas con Mario un día que lo vio acercarse a Lucila y decirle al oído que estaba dispuesto a ayudarla con la despedida de soltera, solapando el verdadero motivo de encono con una discusión futbolera ridículamente exagerada y propuesta adrede para no desnudar sus verdaderos sentimientos.
Tres semanas antes del casamiento, al que acudiría toda la oficina con excepción de Richard, que nunca se presentaba en un evento social de sus empleados, Mariano decidió renunciar. Dejar de verla se había convertido en la única vía de escape, la única forma de remendar su corazón hecho jirones. Le anunció por teléfono la decisión tomada a Fede, su mejor amigo, quién lo apoyó sin vacilar y lo invitó a ese boliche de moda para ahogar sus penas en alguna sustancia prohibida.
Durmió una siesta reparadora acunado por una sensación de tranquilidad que hacía mucho tiempo que no experimentaba. Cenó frugalmente y se lookeó bien, muy bien. Presentía que esa sería una linda noche, pero los acontecimientos que luego se sucedieron superaron todas sus expectativas y produjeron un giro dramático a todo lo que hasta ahí estaba planteado.


sábado, 9 de mayo de 2009

El retorno de las vacaciones

El año pasado observé por primera vez que el índice de rotura de bolas, sufrido por acción directa de compañeros de trabajo a la vuelta de las vacaciones, es una función dependiente de varios factores entre los que se destacan el nivel promedio de envidia imperante (que puede considerarse una constante), la distancia del lugar elegido para vacacionar, y el presupuesto necesario para acceder al mismo. Obviamente, a mayor distancia y/o mayor presupuesto, más grande será la hostilidad encubierta a la que nos condenamos, muchas veces sin saberlo, al elegir un destino para nuestro recreo anual.


R = f (d; m; k)


La función que se me ocurrió formular (mejorable y extensible ad infinitum) es:


R = (D * M) / (1.000.000 km*$)


Siendo:
R = nivel de rotura de bolas, número sin magnitud.
D= distancia entre la oficina y el lugar de vacaciones, en kilómetros.
M = monto de dinero a gastar (total) para dichas vacaciones, en Pesos.


Para que el número resultante tenga sentido, es necesario armar una escala que será propia para cada lugar de trabajo y que dependerá de “k”, esa constante relacionada con la envidia general de la oficina. En criollo, no es lo mismo un 3 en la escala de rotura de bolas en una oficina afable, que el mismo resultado en un lugar con mayor nivel de animadversión. Cuanto más grande sea k, mayor será el número R necesario para considerar que nuestra paciencia se verá afectada. En mi oficina (alto nivel de k), la escala es la siguiente:


0 < R < 1= nivel de rotura de bolas muy bajo. Dos semanas de boludeo aseguradas gracias a la pena que uno le inspirará a sus compañeros.


1 < R < 5 = nivel bajo. Una semana tranquila y luego se incrementará el nivel de hinchapelotez paulatinamente.


5 < R < 10 = nivel medio. Deberá entrar en ritmo lo antes posible para evitar síntomas tales como la acidez estomacal y los dolores de cabeza.


10 < R < 20 = nivel alto. Horas extras asoman en su horizonte. No deje para mañana lo que pueda hacer el día previo al inicio de sus vacaciones.


20 < R < 100 = nivel muy alto. Reunión maratónica el día del regreso asegurada. Reemplazos de compañeros ausentes a la orden del día. Despídase de su vida sexual por un mes.


100 < R < infinito = nivel insoportable. Podría considerar negociar un retiro voluntario, hacerse despedir disimuladamente o, en caso de seguir, ir al psiquiatra para que le recete de antemano una muy alta dosis de clonazepam o una droga de similares características.


Van tres ejemplos para clarificar el teorema:


Nelly se fue a la casa de los suegros en Santa Teresita. Calculado a grandes rasgos, soportó un amable 0.81 en el índice de rotura de bolas, dado que esa ciudad balnearia de la costa bonaerense está a 324 km de la oficina y no son necesarios más de dos mil quinientos pesos para tener un buen descanso si no se debe rentar una casa o pagar un hotel.


Cristina decidió alquilar un chalet en Cariló. Si bien la distancia es similar (402 km.) la erogación fue de aproximadamente unos dos mil pesos diarios. Así fue como debió someterse a un 12.06 en la escala aquí presentada.


Hace unos cuantos meses, cuando empecé a planear mis vacaciones al Viejo Continente, sabía que a mi retorno iba a tener que aguantar estoicamente cualquier tipo de planteos irrisorios, solicitudes de informes grotescos, pedidos de favores absurdos y caras de culo gratuitas, porque calculé mi R y me dio 352.


Así es que acá estoy de regreso, contestando la hostilidad de los Otros con una cordial sonrisa y esquivando los navajazos de envidia con los hermosos recuerdos de este viaje inolvidable, una cinta roja atada al cable del mouse y, por las dudas, un par de rivotriles que me convidó mi tía Fanny.

viernes, 8 de mayo de 2009

Sueños desagradables

Estuve todo el día pagando mi R frente a la pc redactando un informe que probablemente nadie va a leer. Llegué a casa muy, muy tarde, y me recalenté la cena que mi compañera había dejado preparada con una nota escrita antes de acostarse que decía "No te acuestes sin cenar, Primer Trabajador. Te amo."

Comí la mitad y me fui a dormir. Me acosté con el pálpito de que podría llegar a despertar sobresaltado en medio de mi descanso, con ambas manos hacia adelante y los dedos tipeando en el aire antes de abrir los ojos y hacer conciente ese movimiento mecánico y chaplinesco.

Soñé que venía de visita un "johnny", como llamamos a los gringos que vienen periódicamente a controlar que la filial sudaca cumpla con los deberes corporativos impuestos por ellos, los colonialistas. El gerente general local, a tono con el suceso, me pedía un listado de operaciones bursátiles realizadas desde el año 1994, pero copiado uno por uno, para que se note aún más que trabajamos mucho (?). Cuando le explicaba que era más fácil obtenerlo directamente del sistema, me contestaba que no importaba, que llegara hasta donde pudiera, total, iba "a pasar mi vida entera en esta oficina", con el mismo tono y la misma sonrisa que uno usa para decirle a un amigo "no me lo devuelvas, quedátelo, que lo compré para vos". En ese momento miraba mis dedos apoyándose en el teclado y me invadió un terror onírico profundo: mis manos eran las de un "Mano", personaje de la tira "El Eternauta". Tenía quince dedos en cada extremidad.


Me desperté a las 5 A.M., y entre otras estupideces pensé lo irónico e inútil de poder conciliar cuentas contables y bancarias casi automáticamente, pero no poder conciliar el sueño, anarquizado por el exceso de trabajo y el jet lag. Al alba, me preparé unos mates y tomé la firme decisión de veranear en Mar del Tuyú en mis próximas vacaciones.