miércoles, 14 de julio de 2010

Los simulacros de incendio

Yo ya me lo tomo un poco como un juego de fantaseo, me pongo en modo niño e imagino un poco. Las plantas de mis pies están muy pegadas al suelo como para dejarme volar demasiado pero dejo que mis preguntas en condicional ocupen mi mente el rato que dura el simulacro. "¿Y si un día se quema todo en serio? ¿Eh? ¿Y si se quema todo?" y me imagino el humo en la oficina, o en la escalera "¿Y si la vieja se cae? ¿La pasan por arriba o la salvan?"...

Cuando trabajábamos en el edifico Chacofi (25 de Mayo y Lavalle) me enchufaron la cinta de capitán de la electroselección de holanda, con ese naranja flúo que se hace notar desde Cataratas y con cataratas, lógica y razonablemente. Pero en los ejercicios ficticios me molestaba usarla, me daba un poco de vergüenza que sólo podía mitigar cuando veía a mis colegas de otros pisos.
El trabajo del bombero ocasional de cada oficina consistía en:

1- Colocarse la cinta individualizadora en el brazo al son de la chicharra.
2- Levantar a todos de sus sillas para que salgan. Esta es la parte más difícil, sobre todo en simulacros, luego la realidad me mostró lo contrario (1). En ese momento, tenés siempre a alguien que está hablando por teléfono, alguno en conference con una ciudad "más-importante-que-Buenos Aires" (todas lo son), otros en el baño, otros en la cocina, otros en reunión, otros sacando mil fotocopias, otros boludeando por notiblog... Sacarlos de su microcosmos para que sigan al pie de la letra las instrucciones del ejercicio en tiempo y forma es absolutamente imposible.
3- Asegurarse de que la oficina quedó vacía. Muchas veces se opta por dejar a alguien adentro, ante la falta de respuesta del cancherito/a que se queda porque está mucho más allá de estas boludeces. Sí, son los que primero salen corriendo cuando la chicharra suena sin previo aviso.
4- Bajar.
5- Ir al punto de encuentro que supuestamente es conocido por todos. En algún momento mítico todo oficinista se enteró de su existencia...supuestamente. La realidad muestra que el punto de encuentro es en realidad un bar, la oficina de algún amigo, el telo de Tres Sargentos o el correspondiente según las normas de evacuación (en la actualidad, el edificio de IBM que está en Catalinas) en el que más de uno encuentra la posibilidad de obtener beneficios de los que me percaté en el último simulacro. (2)
6- Volver a la puerta del edificio, en la que los empleados de seguridad, coordinados por el encargado de las normas y su cumplimiento, nos van anunciando piso por piso nuestro turno de volver a la oficina.

(1) Hace un par de años la chicharra sonó sin preaviso de simulacro. Hubo un momento de estupor y de ojos saltones. Adela se calzó la cinta (se la delegué gentilmente cuando mi antigüedad y cargo me lo permitieron) y rajó a todos casi a patadas en el culo, incluyendo al Presidente, que estaba terminando una partida de solitario. La ayudé a evacuar, aunque no fue necesario. Los que siempre se quejan a la hora de simular salieron despavoridos como ratas por tirante. En la escalera vi a varios tratando de hablar por teléfono para adelantar o posponer citas, reuniones y almuerzos. Pasamos por el costado de dos señoras de unos sesenta años que iban ayudadas por sus compañeros. Cuando llegamos a planta baja, había un hediondo olor a cable quemado y una humareda incipiente que venía del techo. La cosa no pasó a mayores, pero el ejercicio real sirvió para concientizar a la población catalinera de la necesidad de practicar seriamente a la hora de hacer los simulacros.

(2) La última práctica se hizo hace seis meses y estaba pactada para las 11:30 hs. Adela nos avisó por email a primera hora. Unos minutos antes, vi que un par de mis compañeras (las solteras) salían del baño maquilladas, peinadas y perfumadas. "Me están jodiendo", pensé. Caí en la cuenta de que el simulacro es una interesante posibilidad de conocer gente de otros pisos. Es cierto, hay un relojeo permanente de todos contra todos, para ver quién trabaja donde, para deprimirnos (en nuestro caso exclusivamente) por ver que los demás están llenos de chicas bonitas mientras nuestra oficina es cada vez más pobre en ese rubro -probablemente a mis compañeras les pasa lo mismo- e incluso para intercambiar tarjetas personales con fines no sólo donjuanescos, sino también laborales. La enganché a Silvana haciéndolo, pero no pude escrutar si fue en pos de una conquista amorosa o por irse de esta oficina de una buena vez.

Mañana tenemos un nuevo simulacro y me pregunto: con este frío y el viento huracanado que se arremolina acá abajo, ¿quién se va a quedar a esperar en el punto de encuentro?
Conmigo no cuenten, muchachos. Me voy a tomar un café y a comer dos nugatones a la YPF mientras Javier me pone al día con sus historias.

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