No aprovechó la situación para dormir un rato más, ni para compartir una fracción de tiempo matinal extra con su esposa y su hija. Cumplió su rutina como si fuera un día más, paso a paso, centímetro a centímetro. Llegó a la oficina a las 9 y mientras se preparaba una taza de café, entraron Nelly y Adela con igual cometido. Nelly lo abrazó en silencio durante cuatro segundos, y mostró sus lágrimas al separarse con el orgullo de una auténtica llorona de vocación. Luego se cruzó con los muchachos, que lo esperaban con una broma liviana de despedida: le desconectaron todos los cables de la pc y del teléfono y los escondieron en diferentes lugares, dejándole pistas escritas en papelitos para que los vaya buscando uno por uno a lo largo y a lo ancho de la oficina.
La sensación era rara pero conocida. Se localizaba corporalmente entre la nuez de Adán y el diafragma, no era constante pero permanecía ahí nomás, latente, y se activaba cada vez que alguien le preguntaba por su futuro, lejos de la oficina y la ciudad. Ese era el momento en el que se manfiestaba, algunas veces como una liberación explosiva de serotonina, otras veces más amesetada, pero bien reconocible. Era felicidad.
Había anunciado su renuncia dos meses antes, con toda la prolijidad que lo caracteriza. Le dio tiempo al Gerente General para reasignar sus tareas entre los que quedaban, porque se decidió no buscarle reemplazo. El semestre siguiente iba a ser muy duro y no tenerlo más en la nómina podría llegar a evitar el despido de algún compañero, decidido sin nombre propio desde casa matriz. Explicó cada detalle de sus tareas a los asignados con mucha antelación, para poder monitorear y corregir cualquier error que se pudiera producir. Entre sus responsabilidades contaba con un informe diario dirigido a la Comisión Nacional de Valores, que no admitía equivocaciones. Había ideado un esquema de triple control que hasta el momento, era infalible. Nunca se había enviado info a la CNV con un número mal puesto. Mérito de él....aunque no servía demasiado en el lugar al que iba a vivir el resto de su vida.
Se iba a Bocayuva, el pueblo del que provenía toda su familia, tanto la rama paterna como la materna. Tenían muchas hectáreas que en los últimos años traían más dolores que dólares, bajo sospecha de mala administración por parte de un primo de él. Lo convocaron para reestructurar el pasivo del campo, que ahorcaba peligrosamente. De paso, iba a estudiar posibilidades de diversificación de productos y de mercados para su colocación. Un gran golpe de timón, un giro coordinante para su vida. No soportaba más la ciudad y mucho menos la oficina. La cada vez más segura imposibilidad de progresar en el trabajo se combinó con los ataques de pánico recurrentes de su esposa, luego de sufrir un robo a mano armada a la salida de un cajero automático. El resultado: la decisión de irse. Y justo, justito, lo convocó su tío. No lo convocó por sus conocimientos agrícolas, sino por su sentido común y, sobre todas las cosas, su experiencia para relacionarse con gente de campo y de ciudad, indistintamente. Le esperaba una paga que superaba ampliamente la que recibía en la oficina, más tiempo libre para su familia, y una vida tranquila en un vergel.
Durante el día hizo algunos llamados para despedirse, contestó las dudas que habían quedado colgadas, y recorrió la oficina despidiéndose de cada uno. Se fue a las 6 en punto, ni un minuto antes.
El mundo acaba de perder un oficinista para siempre. El oficinismo ha perdido una gran persona. Otros lo reemplazarán, pronto. Pero éste, no vuelve más.
La sensación era rara pero conocida. Se localizaba corporalmente entre la nuez de Adán y el diafragma, no era constante pero permanecía ahí nomás, latente, y se activaba cada vez que alguien le preguntaba por su futuro, lejos de la oficina y la ciudad. Ese era el momento en el que se manfiestaba, algunas veces como una liberación explosiva de serotonina, otras veces más amesetada, pero bien reconocible. Era felicidad.
Había anunciado su renuncia dos meses antes, con toda la prolijidad que lo caracteriza. Le dio tiempo al Gerente General para reasignar sus tareas entre los que quedaban, porque se decidió no buscarle reemplazo. El semestre siguiente iba a ser muy duro y no tenerlo más en la nómina podría llegar a evitar el despido de algún compañero, decidido sin nombre propio desde casa matriz. Explicó cada detalle de sus tareas a los asignados con mucha antelación, para poder monitorear y corregir cualquier error que se pudiera producir. Entre sus responsabilidades contaba con un informe diario dirigido a la Comisión Nacional de Valores, que no admitía equivocaciones. Había ideado un esquema de triple control que hasta el momento, era infalible. Nunca se había enviado info a la CNV con un número mal puesto. Mérito de él....aunque no servía demasiado en el lugar al que iba a vivir el resto de su vida.
Se iba a Bocayuva, el pueblo del que provenía toda su familia, tanto la rama paterna como la materna. Tenían muchas hectáreas que en los últimos años traían más dolores que dólares, bajo sospecha de mala administración por parte de un primo de él. Lo convocaron para reestructurar el pasivo del campo, que ahorcaba peligrosamente. De paso, iba a estudiar posibilidades de diversificación de productos y de mercados para su colocación. Un gran golpe de timón, un giro coordinante para su vida. No soportaba más la ciudad y mucho menos la oficina. La cada vez más segura imposibilidad de progresar en el trabajo se combinó con los ataques de pánico recurrentes de su esposa, luego de sufrir un robo a mano armada a la salida de un cajero automático. El resultado: la decisión de irse. Y justo, justito, lo convocó su tío. No lo convocó por sus conocimientos agrícolas, sino por su sentido común y, sobre todas las cosas, su experiencia para relacionarse con gente de campo y de ciudad, indistintamente. Le esperaba una paga que superaba ampliamente la que recibía en la oficina, más tiempo libre para su familia, y una vida tranquila en un vergel.
Durante el día hizo algunos llamados para despedirse, contestó las dudas que habían quedado colgadas, y recorrió la oficina despidiéndose de cada uno. Se fue a las 6 en punto, ni un minuto antes.
El mundo acaba de perder un oficinista para siempre. El oficinismo ha perdido una gran persona. Otros lo reemplazarán, pronto. Pero éste, no vuelve más.
Que tristes son las despedidas... siempre me costaron y en mis anteriores renuncias/despidos el ultimo dia fue uno de los mas feos que recuerdo... no por el trabajo en si, sino por la gente que queda en el camino... con la que compartiste tantos momentos... algunos quedan.. otros siguen su curso natural y se terminan diluyendo al punto de que despues te lo encontras te cuesta recordar como se llamaba.
ResponderEliminargran post
hermosa historia! el sueño del bepi ofinicista.
ResponderEliminarsnif.
No se si es peor el ultimo o el primer dia donde no das bola con manija, y andas ciego por la oficina tratando de cazar algo que te ayude con lo que tenes enfrente
ResponderEliminarEs que si pensamos la cantidad de horas que pasamos en una oficina, con desconocidos con los que se va tejiendo una intimidad enorme... que se yo, por mas que con esa gente no compratas otras cosas de tu vida, compartis mucho TIEMPO. Y eso es un monton... Posta, me pone triste el último día...
ResponderEliminarEstas situaciones en otro á,mbito serían entrañables. Pero el ámbito podrido de la oficina las hace estar dentro de un esquema estático que abarcó al propio tipo... el tipo seguía con la ruitina de la oficina. Más allá de su persoanlidad el podrido ámbito dela oficina logra esto, que momentos emotivos no puedan ser disfrutados y valorados.
ResponderEliminarBuen relato Amigo!
abrazo!
Me gusta esto de que el oficinismo se vaya desgranando así, de a poco.
ResponderEliminarAunque siempre hay un aspirante a oficinista dispuesto a ocupar ese lugar, con las anteojeras puestas.
¡Qué difícil el camino de la revolución!
Abrazo revolú,
Es un canto a la esperanza. Si él pudo, yo también. Yo tambien. Yo tambien.
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