viernes, 26 de febrero de 2010

20 Mujeres para Javier (X): Parada obligada

Me lo contó dos meses después, avergonzado por el secreto y por el hecho en sí mismo. Adela tiene una pareja rara, poco encendida. Un embarazo perdido hace unos meses acrecentó la distancia con su compañero, con el que lleva muchos años de una relación llena de baches producidos, en parte, por los constantes viajes al exterior que demandan ese trabajo que él tiene en la productora Telefé Internacional.

- ¿ADELA? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Quién? Quiero saberlo todo- le espeté.

Parece ser que desde que Javier blanqueó su soltería, ella empezó a tener un contacto emailístico diario, preocupándose por su estado de ánimo y charlando de temas varios. Y cuando Adela se recuperó del duro trance, la relación comenzó a tomar un tinte virtualmente erótico, hasta que llegó la noche de la fiesta y consumaron el intercambio corporal. Fueron cuatro encuentros desde ese día hasta hoy y los dos tienen claro -dicen- de qué se trata, con sus limitaciones sentimentales, códigos de silencio y un objetivo claro: el disfrute. Pero, como todos sabemos, poner límites a este tipo de cosas no sirve para nada. Habrá que ver qué pasa.
Por mi parte, lo celebro como una nueva derrota de la política corporativa controladora.

Ayer Javier llegó desanimado y ojeroso. No pudo dormir. En la cresta de la ola, surfeando la soltería como un verdadero campeón, apareció una venérea. Antes de que lo recontrarecague a pedos, me explicó que desde chico tiene herpes, que normalmente se le manifiesta en el labio inferior y lo detiene con aciclovir en pastillas y crema, pero que dos veces le salió un chancrito en el glande. Esta es la tercera. El resultado: tratamiento estricto con agua blanca del codex y abstinencia absoluta (absoluta es absoluta, eh). Justo cuando pensaba en darse el gusto de perpetrar una razia amorosa por las casas de sus últimas amantes, una por día, todos los días. Justo cuando pensaba en llamar a la modelo e incorporarla a su staff, otra que Pancho. Justo. "Qué injusto", me dijo. Decidí guardarme el "por algo será", el "la naturaleza es sabia" y el "un descanso no te va a venir nada mal" y los cambié por un simple y amable "un mes no es nada, amigo. Hacé mucho deporte."

miércoles, 24 de febrero de 2010

Oficine: Brazil

Terry Gilliam es el creador de genialidades tales como La vida de Brian, El sentido de la vida, 12 monos y Brazil. Todas forman parte de mi lista de cincuenta películas que me llevaría a la eternidad, pero de ellas, Brazil es mi favorita.

En esta película, Gilliam genera un clima surrealista que sirve como escenario perfecto para contar la vida de un oficinista aburrido y soñador, abrumado por la burocracia ridícula que reina en un mundo oscuro del que nadie desearía ser parte y que incluye un deleznable Ministerio de la Tortura y un oficinismo orwelliano. De hecho, uno de los títulos posibles para la película era 1984 ½, en una especie de homenaje a Fellini (por 8 y ½) y al mismo Orwell, por su afamada novela. Esa oscuridad, y la angustia del protagonista y del espectador, van creciendo a medida que llega el final. Sin embargo, al terminar de verla y masticarla un tiempo, queda también un gusto dulce motorizado por algunas escenas divertidas y, sobre todo, por la participación de Robert De Niro. Su personaje ( Archibald 'Harry' Tuttle) es un terrorista dado por muerto, único e irrepetible, digno de formar parte del olimpo antioficinístico. Él es la clave de la historia, un paracaídas, un oasis de libertad en una atmósfera opresiva.

Encontré una cita del mismo Gilliam que describe algunas características de la película que, para el que no la vio, puede servir de guía para entender el dónde y el cuándo:

"Mi idea era que pudiera ocurrir en cualquier momento del siglo XX. Así que usé elementos de todos los períodos: los trajes de una época, los edificios de otra... Aunque sí es cierto que todo tiene un cierto aire rancio, hay cierta sensación de estar en el pasado (...) Pero la tónica dominante es la mezcla: algunos edificios son como "Metrópoliste" (1924), retrotraen a los años veinte; el coche diminuto que conduce el protagonista es como unos que había en Inglaterra en los años cincuenta y que llamábamos Messerschmidt. También mezclamos diferentes momentos del desarrollo tecnológico: las pantallas de vídeo son en realidad viejas máquinas de teletipos, las computadoras ultramodernas tienen un aspecto muy poco moderno, se siguen utilizando los tubos neumáticos".

Aviso: Es inevitable canturrear el tema "Brasil" durante varios días después de la experiencia. En la oficina les van a pedir que paren un poquito con esa canción.

Recomiendo fuertemente verla y darse la oportunidad de no juzgarla por las primeras sensaciones, digerirla con tiempo y luego volver a verla. Vale la pena.



lunes, 22 de febrero de 2010

Mitología Oficinística (II)

Mientras estaba en el cine viendo "Holmes" (recomendable para pasar un rato entretenido) pensé en continuar la construcción de los personajes de la mitología oficinística que otrora encaré. En ese entonces pensé en Fernando De la Rúa (asco de presidente que nos tocó en mala suerte tener) como el Dios de los Oficinistas, y en Bob Marley como el Anticristo, el ángel caído -decía-, el tipo que nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, podría hermanarse con la vida gris de una oficina y todos los elementos que la componen.

Retomando por el lado amable, se me ocurrió que tenía que encontrar para Bob algunos laderos-apóstoles del bien, de la vida creativa, feliz y colorida, en la que "burocracia" sólo podría llegar a ser el nombre de una tortuga. Pensé entonces en rubros antioficinescos de la vida cotidiana, y les asigné sus santos patronos:

A Vincent Van Gogh le toca ser la divinidad de los colores. Bien ganado lo tiene, sobre todo por sus amarillos. Como divinidad de la diversión lo puse al actor Jack Black, que siempre me levanta el ánimo. Para los deportes lo puse a Michael Jordan, pura magia. La deidad de la creatividad podría ser Charlie Kaufman, autor de los guiones más increíbles del cine actual.
Para la música: Joey Ramone. Por la música y por su look ultra antioficina. La fantasía no podía faltar en esta lista y para ella pensé en J. R. R. Tolkien. Dado que la oficina es un lugar en el que las desigualdades arbitrarias son moneda corriente, quiero a Martin Luther King como divinidad de la igualdad de oportunidades. Otra característica común en estos antros es la hipocresía, así es que voy a pedirle a Charly García que nos proteja con su sinceridad a prueba de balas. Para el compañerismo no puedo elegir a otro que a mi perro, P. Tinto. El mejor compañero para todo momento. Finalmente, para ir cerrando y aunque en la oficina lo hay, voy a elegir al gran Negro Olmedo como Dios del Humor de esta mitología (anti)oficinística.
En otro momento, cuando el ánimo así lo disponga, buscaré algunos demonios que acompañen al Dios de la Oficina.
Hasta la próxima entrada.
Amén.

viernes, 19 de febrero de 2010

La frase del día

De Gonzalo, sobre una chica que conoció el miércoles en un after:

"Es tan pendeja, que las fotos que colgó en facebook de cuando era chiquita son todas digitales".



N. de R.: Buscate un abogado y empezá a rezar.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Preguntas sobre el dispenser

¿Es necesario comprar bidones de 20 litros en lugar de los de 10, que son más manipulables?
¿Es mucho el ahorro?
¿Cuán retorcida debe ser la mente de un jefe para recortar los gastos de agua mineral?
¿Cuál es la incidencia en el bottom line de dichos gastos?
¿Quién soporta a Nelly cuando se queja del dolor de espalda por levantar esos monolitos?
¿Por qué Nelly pega figuritas de Kitty y otros bichos infantiles en el dispenser?
¿Por qué no sacan el papelito que cubre la boca del bidón antes de insertarlo en el dispenser y luego tenemos que verlo flotando en el agua como si fuera un pez muerto?
¿Voy a seguir siendo el único hombre que no se haga el boludo cuando ve el bidón vacío?
¿Vamos a cambiar de proveedor alguna vez, por uno que cumpla con los plazos de entrega y arregle el dispenser cada vez que se rompe?
¿Por qué agua mineralizada y no agua mineral? (pregunta propuesta por Adela).
¿Para cuándo la Levité de Pomelo en bidón para dispenser?
¿Tan difícil es embocar el chorrito en el vaso, o el piso tiene sed y alguien siempre se apiada de él?

viernes, 12 de febrero de 2010

Mariano y Lucila (XI): La declaración (anteúltimo capítulo)

Como un penal vuelto a patear una y otra vez por invasión de área. Como un primer saque de tenis que roza la red y debe ser repetido. O como un arranque en falso en 100 metros llanos. Así estuvo Mariano durante años, amagando con animarse a declararle su amor a Lucila y quedándose en las puertas del cielo. Y encima, para colmo de males, para empeorar aún más las cosas, a sabiendas de la correspondencia amorosa. Él siempre (o casi) tuvo muy claro que los sentimientos eran mutuos. Pero por una fuerza interna, oscura y oculta, no supo ni pudo cruzar de vereda. Plantado en la avenida de los Cobardes, caminando por la sombra, desde la General Paz hasta el río, y no al revés.

En Marzo del año pasado Mariano empezó una terapia psicoanalítica. Consciente de su andar anodino, de sus eternas indecisiones y de su falta de carácter a la hora de afrontar sus propios sentimientos, y aconsejado por un amigo que cree que Freud vino al mundo a reemplazar a Jesucristo en cuestiones de fe. La terapia, aunque ortodoxa y por lo tanto muy lenta a la hora de encontrar resultados, hizo un rápido efecto en el plano del amor. Después de la tercera sesión, invitó a Lucila a tomar un café a la salida de la oficina porque quería charlar con ella. Fueron a Sabático, un lindo lugar en Córdoba y Reconquista, que tiene algunas mesas alejadas de la entrada, bien escondidas. Hablaron cinco minutos de oficinismo y tomando coraje, empezó el diálogo que tanto tiempo postergó.
- Creo que llegó la hora de que hablemos. De hablar de nosotros.
- ¿Nosotros?
Una simple pregunta, una simple palabra que se sintió como un uppercut bien conectado.
Le confesó todo. Desde aquél primer día, el día del Gran Incendio Nacional (2001), cuando la vio salir de la entrevista que la confirmó como compañera. Ese día Mariano sintió que ella era para él, sin conocerla. Hasta se dio el lujo de mechar la declaración con un jingle ochentoso que decía algo así como "te quiero, recién te conozco y te quiero, me gusta tu dulzura y te quiero, regalame tu ternura. Sos tan dulce y diferente que te quiero...casi sin conocerte". Pisando en tierra firme, la tierra de los jingles, ese juego que tanto les gustaba jugar. Le confesó que cada historia de amor de ella era una puñalada en su aurícula izquierda, y que las que él vivió, incluyendo la de Alexia, eran para él una parada previa a la estación terminal. Ella era la última estación de su vida, con ella, se bajaba del tren para siempre.
Así le salió todo. Cuando terminó el speech no podía creer que tuviera esa capacidad de transformar en palabras, analogías y metáforas melosas sus sentimientos hacia Lucila.

Ella lo dejó hablar sin pronunciar palabra. Casi diez minutos de silencio atento. Pensó bien todo lo que iba a decirle. Estaba enojada.

"Desde que pasó lo de Bruno puse mis ojos en vos. Durante años estuve esperando que pasara algo entre nosotros, soñando con tener la posibilidad de conocernos íntimamente, de tenernos más allá de la oficina, de los problemas y de todo. Pasé mil horas mirando mi celular y pensando en llamarte, viernes, sábados, domingos...Hasta me animé a besarte en lo que para mi era una oportunidad ideal para medir lo que nos pasaba. Yo me daba cuenta -no soy tan tonta- de que había una conexión fuerte entre nosotros, pero vos...siempre igual. Siempre ahí, pero no. Por momentos terminé creyendo que me histeriqueabas, que te divertías conmigo. Después terminé de entender que no era así, que simplemente no te animabas y decidí esperarte. Pero con el tiempo todo se fue apagando, te empecé a ver como un hombre muy indeciso, indefinido y hasta indefenso ante tu propia vida. Y ahí pensé '¿es esto lo que quiero para MI vida?' Te juro que me costó, Marian. Me costó horrores, pero empecé a dejarte ir. Y la verdad, espero que no lo tomes a mal, pero para mi ya te fuiste. Ya fuiste."
No pudo evitar que su enojo emergiera. Esas últimas palabras fueron demoledoras. Mariano hizo un intento más, desesperado. Le preguntó si estaba con alguien, para albergar alguna esperanza a futuro en caso de no prosperar lo que ella tuviera. Ella dudó, pero se sintió con todo derecho a decirle la verdad.
"Sí, estoy con alguien, aunque conociéndolo dudo que se transforme en algo serio. De todos modos, por ahora la estamos pasando muy bien, me divierto y me siento muy mimada. Él se preocupa por mí, está todo el tiempo atento...una verdadera sorpresa. Pero igual, Marian. Mejor olvidemos todo. Lo que debería haber pasado no pasó, y ya no va a pasar. Podemos seguir siendo amigos, o algo así, pero estar juntos, no. Eso no va a pasar. Es una decisión tomada. En lo últimos meses, alguna que otra vez, pensé que este momento podría llegar. Y nunca dudé que mi respuesta sería esta. Más allá de tus relaciones o de las mías."

Le dijo que lo sentía, agarró su cartera, y como hizo él aquélla vez que se encontraron en la expo de arte de Alexia y luego fueron a la casa de ella, le dio un largo, tierno y terminante beso en la frente. Y se fue, cerrando la puerta de Sabático del lado de afuera.

Al día siguiente Mariano entró a la oficina con su morral colgado del brazo derecho, y en la mano izquierda parecía llevar un imaginario trofeo por el primer premio a la peor cara del mundo. Nadie se atrevió a decirle nada excepto Mario, que ante mi sorpresa, después de saludarlo le ofrecio un café de la cocina.
Prendió su computadora, abrió el Outlook y le mandó un email a Lucila, necesitaba saber algo más.




miércoles, 10 de febrero de 2010

20 mujeres para Javier (IX): Prêt-à-porter

Retomo el contacto luego de una ausencia prolongada-obligada. Me quedó en el pasivo seguir poniéndolos al día con los agitados avatares de la vida de Javo y, nada más y nada menos, terminar con la añosa novela entre Lucila y Mariano.
Empecemos por Javier.
Javier, el soltero más codiciado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y sus alrededores.
Los dejé en la mitad de una historia que no pasó a mayores pero generó algo de intriga, ergo, vamos a cerrar ese tema ya mismo.
La modelo que conoció en la fiesta, rubia y con una voz un tanto insoportable (llamémosla J.) lo histeriqueó durante toda la fiesta en aquélla quinta de zona norte sin darle lugar ni para un beso en la comisura de los labios. Pero intercambiaron teléfonos con la condición de que fuera ella quien lo llamara, él lo tenía prohibido hasta nuevo aviso.
Así fue como lo llamó en mi presencia (estando en lo de Adela, en la fiesta de fin de año) y lo citó en ese instante en Olsen. Como cualquier oficinista del mundo ante semejante oportunidad, Javo salió disparado a su encuentro.
La encontró sentada en el regazo de un modelo masculino más joven que él (y que ella) en una mesa de diez personas, todas lindas, todas vestidas para una fiesta informal, pero en Montecarlo.
Se hizo lugar entre una morocha (también modelo, aunque no supo decirme el nombre) y J., que no se movía de las rodillas del tipito. Ya empezaba a sentirse incómodo. J. los quiso presentar y en lugar de Javier lo bautizó José. Se rió a carcajadas por la confusión y se aseguró de dejarlos hablando para comerle la boca al tipito, ante la perplejidad de nuestro amigo, que a esta altura ya estaba pensando en irse a la casa a dormir. La morocha le dijo que se llamaba Laura, que tenía 23 años y que trabajaba para Pancho desde el año pasado. Un divino, Pancho. Un amor de persona. Le preguntó a qué se dedicaba:
- Trabajo en sistemas en una empresa de finanzas.- La articulación de la frase de Javo coincidió con un silencio espectral en toda la mesa.
Tres soltaron una risa sonora, entre ellos el tipito. Uno escupió el vodka. Javo los miró con una mezcla de sorpresa y gracia. No entendía qué había generado tanta jocosidad. Le pidieron disculpas, le explicaron que no estaban acostumbrados a escuchar ese tipo de ocupaciones, y hasta le dijeron que pensaban que era actor. Una rubia platinada le preguntó si no había trabajado en "Caballos salvajes" y la carcajada general hizo olvidar el mal momento que acababa de atravesar por su condición de asalariado oficinista. Retomaron las charlas de a dos, él con la morocha, mientras J. seguía a los arrumacos con el tipito.
Cansado, aburrido e inevitablemente acomplejado, Javo se levantó de su silla, dispuesto a despedirse rápidamente y salir de ese antro de belleza. La morocha intentó retenerlo sin suerte. Le dio su teléfono, que Javo agendó con lo último que le quedaba de caballerosidad, y se fue.
Cuando estaba subiendo al auto para irse a dormir, le llegó un mensaje de texto de Adela:
"Ya se fueron todos. Estás ocupado?".