Inauguramos hoy el ciclo Accidentes de Oficina, con el relato de los acontecimientos acaecidos un día de primavera del año 2000. Elijo ese día porque el destino se loopeó en una repetición compulsiva que devino en tres accidentes en cinco horas: dos en la oficina, uno afuera; dos casi inocuos, uno con secuelas quizás de por vida; dos con intervención médica, uno con tinte cómico. Lo más llamativo fue que, siendo tan pocos oficinistas y tan escasos los accidentes, ese día ocurrieran tres a la vez. Caprichos del hado que nunca estarán al alcance de nuestro conocimiento mientras vivamos nuestra mortal vida.
La cosa arrancó a la mañana. Recuerdo estar hablando con Gonzalo del tremendo empate de Boca con Rosario Central (3 a 3) mientras llenaba el mate de yerba. Saqué el agua más cerca del hervor de lo que debía y llené el termo, uno de esos plateados, con tapa a rosca. En ese momento me distraje con la minifalda de Nelly. Pero que se entienda: la distracción pasaba por un plano de perplejidad, no de erotismo. Hasta ese momento no había visto a Nelly amorcillarse las piernas de esa forma y en rigor de verdad, no le quedaba bien. Además, todavía estaba fresco, pensé, pero después vería sus medias color piel estilo can-can (¿se siguen llamando así?) que seguramente atenuaban el efecto de las bajas temperaturas de la mañana de Berazategui al salir de su casa.
Lo cierto es que la mini me distrajo y por hacerme el uruguayo me quemé el dorso de la mano izquierda: no había llegado a enroscar la tapa del termo, me lo puse bajo el brazo cual charrúa paseando por la rambla montevideana, incliné el cuerpo hacia adelante imperceptiblemente y el líquido cuasi hervido se manantializó sobre mi mano. Alarido y piel pelada. Carcajada de Gonzalo -no tomó conciencia de la gravedad del asunto- que sería vengada por el destino. Rajando a la guardia para empezar el tratamiento antiséptico que duró un mes. La marca, a diez años del hecho, sigue adornando mi piel.
Por reírse de la desgracia ajena, o simplemente por desgracia propia, un rato después le tocó a Gonzalo. Cuando se disponía a evacuar el desayuno, se sentó en el inodoro con tanta mala suerte que no se percató de que la tapa anillada (la que usamos para no poner nuestra piel sobre la fría loza del sanitario) estaba partida. De una forma que no termino de advertir, la rajadura succionó una parte de la piel de sus asentaderas provocando un pellizco agudo que lo amoretonó y le arrebató un sonoro "ayy, laputamadrequeloparió" que se escuchó aún con la puerta cerrada. Salió del baño a las puteadas, obligado a posponer el acto corporal por desconcentración.
El plato fuerte lo aportaron Nelly, sus medias y su micromini.
A eso de las dos de la tarde, con la mano vendada y de muy mal humor, levanto un llamado del conmutador que sonaba sin cesar y sin ser contestado. Era un enfermero de Emergencias, que llamaba desde un local de la calle Tucumán para anoticiarnos de un accidente sufrido en la vía pública por "su compañera, la Señora Nelly Cantarutti.". Me dieron la dirección y salí a buscarla con dos compañeros más. Cuando llegamos al lugar, encontramos una ambulancia con Nelly sentada adentro, llorando como una niña. "Se tropezó y cayó en la vereda, pero no tiene nada", nos dijo el enfermero, con voz resignada por lo que entendí, fue una falsa alarma más. Nelly se apropió de una ambulancia mientras algún gordo hipertenso jugaba a la rayuela entre el Cielo y la Tierra unas cuadras más allá. Y todo por un raspón, una frutilla que no ocupaba ni el veinte por ciento de su rótula, una de esas que nos hacemos cotidianamente jugando fútbol cinco en una cancha de césped sintético. Más pequeña aún, no llegaba a frutilla, a lo sumo calificaba de frambuesa. Quizás a modo de castigo por alarmista, el médico y el enfermero le hicieron sacar las medias con las puertas del móvil abiertas de par en par. Papelón minifaldesco y bombachudo que pudimos ver todos. Ahí nomás nos dijeron que volvamos a la oficina, que la llevarían en un rato. Pero no volvió. Se fue a la casa con baja médica y regresó dos días después, escudada en su hipocondría y so pretexto de lesión que obviamente nadie creyó. Le costó una semana de horas extras no remuneradas, sin chistar.
Un quemado por boludo, un pellizcado por distraído y una tropezada por mirar la vidriera de una ortopedia. Todo el mismo día. El día de las marmotas.
Me hiciste reir mucho, pero mucho, eh! Te cito "me lo puse bajo el brazo cual charrúa paseando por la rambla montevideana". Estallé!
ResponderEliminarVoy a pensar algún accidente oficinesco para compartir.
Tuve un accidente con el mate igualito, pero fue en 2001.
ResponderEliminarLa marca casi no se me nota, me dieron una crema que era impresionante, tipo para transplantes de piel, se llamaba algo asi como plastula.
Ahora, yo pienso, imaginate si hubieramos tomado mate a esa temperatura cómo nos quedaba la garganta! ¿para qué el agua tan caliente? ¿no es que cuando hierve ya no sirve? ¿tanto nos gusta el mate que corremos estos riesgos?
muy buen post!
Platsul A, sí. Para quemaduras chernobylescas, hiroshimianas y nagasakeñas, por inventar gentilicios.
ResponderEliminarSuelo tomar mate a temperaturas normales. Justo ese día, se me pasó.
JAJAJA, ME MATO LA PARTE "PAPELON MINIFALDEZCO Y BOMBACHUDO" JAJAJ
ResponderEliminarPost obligado del jueves: Mundial en la oficina! Argentina - Corea y las vivencias de mirar el partido con los compañeros oficinisticos (?)
ResponderEliminarAdhiero 1.0000 % a la propuesta de Jonas, comentario propio: en el penal que tengo por trabajo tienen la idea de "recuperar" las horas que se pierden mirando el MUNDIAL, jajajajajaja ME MUERO MUERTA!.
ResponderEliminarSaludos.