lunes, 9 de febrero de 2009

Bromas Saladas (II) – El oficinista contraataca

Cuando me desperté el viernes de la semana antepasada y miré por la ventana confirmé la concreción del día lluvioso tan esperado y necesitado. Eso, y quizás algún sueño del que no me quedó registro completo, me transportaron a un episodio de la infancia relacionado con mi viejo.
Él es una de esas personas que cuando les llega el momento de decisión vocacional, tienen un tapón de cera en cada oído que les impide escuchar total o parcialmente el llamado del destino. En su caso, confundió “comediante” con “comerciante” y terminó vendiendo telas en el Once. Una verdadera lástima…creo que nos perdimos lo que podría haber sido el antecesor de Diego Capusotto. Bah, se lo perdieron todos menos yo (y algunos más) que lo podemos disfrutar cotidianamente.
Cuando yo era chico, muy chico, entre los dos y tres años, cada vez que llovía o estaba muy nublado, mi papá me hacía recitar juntos el siguiente poema:

El cielo plomizo
las nubes de plata
y todos abajo….
COMIENDO BATATA!

Lo más gracioso era verlo gesticular como lo hacen los niños de los grados inferiores de la Primaria en los actos del 9 de Julio, exagerando las entonaciones y prolongando los espacios entre verso y verso. Mis carcajadas, cuando llegaba a la parte de la batata, eran ensordecedoras. Me ponía todo rojo y se me hinchaba la vena del cuello de la misma manera que lo hacía cuando me enojaba. No me importaba haber escuchado cuarenta veces esos versos, para mi siempre eran la cosa más graciosa que existía en la faz de mi todavía pequeña Tierra.

Esperé ansiosamente que Nadia, la chica (ya señora) del tiempo, me diera la buena nueva por la mañana y me confirmara que esa tarde el clima continuaría tal cual estaba en ese momento: que vería llover, vería gente correr, y entre ellos estaría Mario. Así fue.
Me preparé mentalmente, necesitaría mucha suerte para que se cumpliera todo lo previsto y bastante cuidado de no ser descubierto en el momento de la preparación.
Al mediodía (no llovía) esperé a que Mario saliera a almorzar con sus amigos y me acerqué al paragüero popular que está en la puerta de la oficina, apenas escondido para que los visitantes no lo vieran. Verifiqué que, como cada día lluvioso, Mario hubiera traído su inconfundible paraguas. Ahí estaba, blanco y radiante. Recorrí y recogí de todos los escritorios mi arma mortal: la agujereadora .
Aquí, la primera intervención de la Diosa Fortuna jugó a mi favor: todas estaban repletas, a punto de estallar, como en cualquier oficina. Las fui pidiendo prestadas con el paraguas de Mario en la mano, y una por una, descargué sus contenidos adentro con la intención de que todos vieran lo que estaba haciendo. Suponía que el riesgo de ser delatado era nulo, de hecho, me sentía el Robin Hood del Humor Oficinístico. Los que entendían lo que estaba perpetrando me devolvían una mirada cómplice y agradecida, y los que no, eran simplemente citados a la puerta del edificio a la hora de salida para ver un arco iris blanco de alegría y de justicia.
Durante el día los nervios se apoderaron de mi por la intermitencia de la lluvia. Paraba, llovía, paraba, llovía…
A las seis menos cuatro minutos, hora en la que Mario deja la oficina cotidianamente, tomó su paraguas que estaba cerrado y abrochado, sin saber que contenía meses de papel picado de toda la empresa. Con el pretexto de ir al kiosco, bajé con él en un ascensor que extrañamente iba repleto; todos, incluso los que sabían lo que estaría a punto de ocurrir, portábamos una expresión circunspecta, como preocupada por la inclemencia del tiempo. Mis intestinos parecían un combate de culebras, un hormigueo me recorría todo el tracto digestivo pidiendo que el momento llegara ya...Y llegó.
Ni bien pisó la calle, con una multitud detrás esperando el glorioso momento, Mario abrió su paraguas encima de su hirsuta y crespa cabeza, y se desató un carnaval carioca sin fin que regalaba un efecto visual único, el blanco de su paraguas se continuaba con el papel picado –blanco- que no terminaba de caer nunca.
La gente se doblaba de la risa, no le importaba mojarse, no le importaba nada más que disfrutar del dulce y tibio sabor de la venganza, una venganza que fue de todos los que alguna vez fuimos víctimas del ácido y frío humor de Mario, que se sacudía y meneaba la cabeza con una pequeña sonrisa, en lo que yo interpreté como una mezcla de resignación y admiración por el plan perfecto que esta vez le tocó sufrir en carne propia.
Yo contemplé el acto desde adentro, del otro lado de la puerta giratoria. No me mojé, no me reí a carcajadas, sólo sonreí. Pero dentro mío había un homúnculo de tres añitos interrumpiendo la siesta de su mamá a pura risotada.

15 comentarios:

  1. Qué imaginación!!! No es fácil pergeñar una broma así, requiere una producción aceitada y eficiente.
    Me imagino el futuro de esa oficina, todos revisando disimuladamente los paraguas antes de abrirlos...

    ResponderEliminar
  2. Genial. Finísima la venganza. No le habrá quedado otra que aceptar la broma y poner su mejor sonrisa posible.

    Mucha elaboración, dependiendo de agentes externos (el tiempo), información, me encantó.

    Abraxos

    ResponderEliminar
  3. ¡Si hubiese más oficinistas como vos el mundo sería una comedia llena de enredos, sorpresas y humoradas!
    Todo esto de los bebés alrededor te está trayendo muchos recuerdos, veo.

    ResponderEliminar
  4. cuando pusiste agujereadora como arma me adelante y te vi, no vaciando su contenido dentro del mismo, sino haciendo uso de sus filosos cilindros contra la impermeable tela...

    pero todos sabemos que sos incapaz de hacer semejante daño ;)

    ademas de esa manera no hubiera sido tan vistoso

    ResponderEliminar
  5. No había pensado la de los agujeritos. El problema es el daño material. Acá el derecho de propiedad es lo primordial, lo sagrado.

    ResponderEliminar
  6. Flaco, sos un maestro!!!!!!!!!!
    La verdad, no puedo dejar de reirme con tu venganza!!!!!!!Yo también pensé que le ibas a llenar el paraguas de agujeritos, jajajaja

    ResponderEliminar
  7. ¿Viste Vani? Es la cara iluminada del aburrimiento. Permite que la imaginación ocupe espacios más amplios.

    ResponderEliminar
  8. Genial Amigo..
    Cual Beatrix Kiddo..
    ..revenge is a dish best served cold..
    Simplemente Genial..

    ResponderEliminar
  9. Cambiá de laburo, nono.

    ResponderEliminar
  10. Yo en tu lugar a partir de ese dia camino con mucho mas cuidado por la oficina.

    ese hombre esta planeando algo feo.

    ResponderEliminar
  11. Oh por Dios.


    Debe ser la mejor joda de oficina que he leído hasta ahora.



    Respetuosos saludos.

    ResponderEliminar
  12. Hola Manu,
    Estoy resignado a sufrir una revancha de revancha en algún momento y va a ser el menos esperado, creo que lo mejor que puedo hacer es relajarme porque es inevitable.

    Falangista, gracias por tu comentario. Te tengo del blog de mi colega oficinista y por tu nick veo que tenemos mucho en común! Pasaré a visitar tu blog hoy sin falta.

    ResponderEliminar
  13. Estas escaladas terminan en una placa de Crónica. "Se ignoran los motivos" dirá el epígrafe.

    Escribe, lee, se ríe...¿usted está seguro que es contador?

    ResponderEliminar
  14. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  15. Hola Pablo. Segurísimo, no se sorprenda.

    El blog me permitió ser "Contador" en dos acepciones de la palabra: Público Nacional y de relatos e historias.

    Saludos!

    ResponderEliminar

Compartí tu punto de vista:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.