Chupamedias, olfa, lamebotas, lameculos, jalabola (!), lamesuelas, jalamecate (!)...encontré muchos sinónimos para un significado que deja poco lugar a dudas. En todas las oficinas del mundo hay un ejemplar por lo menos, y mi parque de aburrimientos no es la excepción: tenemos dos, por si alguno se ausenta o se va de vacaciones.
El jalabolerismo es un ambiente laboral inculcado desde el ápice de una oficina. Si un jefe no quiere tener informantes simplemente no los tiene. En cambio, muchos jefes creen que un grupo de trabajo funciona mejor con una pizca de miedo y una dosis suficiente de desconfianza entre los miembros del equipo, ingredientes que asegurarán un piso de desempeño mayor o igual al de un clima distendido. Es un pensamiento típico de jefe tóxico. Imaginen cuán tóxico será el mío que logró ir más allá, creando un híbrido de panóptico maquiavélico al tener a todos sus subordinados bajo control, y a la vez, a sus informantes compitiendo y odiándose como dos contrafiguras de telenovela.
Divide, vigila y reinarás.
Los lamesuelas de mi trabajo responden a dos arquetipos diferentes:
a) El que está hace centurias trabajando acá, poco eficiente y muy poco inteligente, que cuenta solamente con dos “virtudes” para ofrecer a la empresa: contarle al jefe todo lo que pasa y llegar temprano.
b) La que se acuesta con el superior y después de consumar el acto resume lo acontecido en la vida diaria de la oficina. Estos ejemplares suelen durar menos que los anteriores por diversos motivos: se van a un trabajo mejor, se van a un área mejor, son ascendidas y no necesitan seguir entregando su cuerpo, o se enamoran de su jefe, la situación se torna incontrolable y el jefe se suicida luego de varios intentos de extorsión o directamente la mata y esconde el cadáver…
La relación entre ambos olfas es, desde el punto de vista de un observador, completamente desopilante. Comentarios lacerantes por doquier, chistes hirientes y permanentes invocaciones ofensivas a la condición del otro, hacen pequeños oasis de diversión en mis días monótonos.
Hace unos meses, uno de los días más fríos y aburridos en los miles de años que llevo acá, armamos una sociedad de hecho con Mario, el de las bromas saladas, para levantar un poco la temperatura. En un operativo simultáneo, yo le dije al lameculos inútil que la lameculos propiamente dicha estaría por renunciar, y Mario viceversa: le preguntó a ella si había escuchado algo de la posible renuncia de su competidor. Sabíamos que el inútil iría corriendo a susurrar la noticia el jefe en el momento, y también sabíamos que el jefe pasaría un rato con la propiamente dicha esa noche, porque ella había traido un escote exagerado y ropa interior de encaje y él había telefoneado a la mujer para avisarle que no iba a cenar a su casa (lo escuché por accidente).
Imaginé al jefe echándose un tenso polvo (no se lo iba a perder) para luego indagar, tratar de obtener información de alguna manera. Imaginé el momento de confusión cuando ella le dijera que el que estaba por renunciar era su competidor, imaginé que la ingesta de viagra había sido exorbitante y que combinada con la angustia de no entender y su sobrepeso, el tipo la quedaba ahí mismo…
Al día siguiente los tres estaban muy serios, de mal humor y callados, muy callados. Habían recibido una buena dosis de su propia medicina y no había lugar para represalias. El trabajo en equipo había dado excelentes resultados, aunque no fue suficiente para desarticular definitivamente la guerra fría oficinística, que al día de hoy continúa.
El jalabolerismo es un ambiente laboral inculcado desde el ápice de una oficina. Si un jefe no quiere tener informantes simplemente no los tiene. En cambio, muchos jefes creen que un grupo de trabajo funciona mejor con una pizca de miedo y una dosis suficiente de desconfianza entre los miembros del equipo, ingredientes que asegurarán un piso de desempeño mayor o igual al de un clima distendido. Es un pensamiento típico de jefe tóxico. Imaginen cuán tóxico será el mío que logró ir más allá, creando un híbrido de panóptico maquiavélico al tener a todos sus subordinados bajo control, y a la vez, a sus informantes compitiendo y odiándose como dos contrafiguras de telenovela.
Divide, vigila y reinarás.
Los lamesuelas de mi trabajo responden a dos arquetipos diferentes:
a) El que está hace centurias trabajando acá, poco eficiente y muy poco inteligente, que cuenta solamente con dos “virtudes” para ofrecer a la empresa: contarle al jefe todo lo que pasa y llegar temprano.
b) La que se acuesta con el superior y después de consumar el acto resume lo acontecido en la vida diaria de la oficina. Estos ejemplares suelen durar menos que los anteriores por diversos motivos: se van a un trabajo mejor, se van a un área mejor, son ascendidas y no necesitan seguir entregando su cuerpo, o se enamoran de su jefe, la situación se torna incontrolable y el jefe se suicida luego de varios intentos de extorsión o directamente la mata y esconde el cadáver…
La relación entre ambos olfas es, desde el punto de vista de un observador, completamente desopilante. Comentarios lacerantes por doquier, chistes hirientes y permanentes invocaciones ofensivas a la condición del otro, hacen pequeños oasis de diversión en mis días monótonos.
Hace unos meses, uno de los días más fríos y aburridos en los miles de años que llevo acá, armamos una sociedad de hecho con Mario, el de las bromas saladas, para levantar un poco la temperatura. En un operativo simultáneo, yo le dije al lameculos inútil que la lameculos propiamente dicha estaría por renunciar, y Mario viceversa: le preguntó a ella si había escuchado algo de la posible renuncia de su competidor. Sabíamos que el inútil iría corriendo a susurrar la noticia el jefe en el momento, y también sabíamos que el jefe pasaría un rato con la propiamente dicha esa noche, porque ella había traido un escote exagerado y ropa interior de encaje y él había telefoneado a la mujer para avisarle que no iba a cenar a su casa (lo escuché por accidente).
Imaginé al jefe echándose un tenso polvo (no se lo iba a perder) para luego indagar, tratar de obtener información de alguna manera. Imaginé el momento de confusión cuando ella le dijera que el que estaba por renunciar era su competidor, imaginé que la ingesta de viagra había sido exorbitante y que combinada con la angustia de no entender y su sobrepeso, el tipo la quedaba ahí mismo…
Al día siguiente los tres estaban muy serios, de mal humor y callados, muy callados. Habían recibido una buena dosis de su propia medicina y no había lugar para represalias. El trabajo en equipo había dado excelentes resultados, aunque no fue suficiente para desarticular definitivamente la guerra fría oficinística, que al día de hoy continúa.
excelente maniobra "fuego contra fuego".
ResponderEliminara mi esos casos me pueden, me resigno a que va a ser asi siempre y trato de cuidarme de este personaje nefasto
Muerte a los buchones! Son de la peor calaña moral. No me merecen el menor de los respetos.
ResponderEliminarMucho sinonimo de la Rae pero poco lunfardo
ResponderEliminaranotate estas: Boton, ortiba, buchon, soplaquena... bueno esa la podes sacar pero queda bien para nombrar a tan tristes personajes
este soy yo (dimitri,manu, etc) pasa que estoy con un microemprendimiento y me quedo esta identidad de gmail
ResponderEliminargmail botonnnn
Arriesgando un pronóstico, se me ocurre que quizá el buchón masculino gane esa guerra. De la minita se puede aburrir en cualquier momento y pegarle un shot en el toor.
ResponderEliminarEs que tal vez no haya peor enemigo para un buchón que otro buchón. Pero el buen buchón es el que antes de buchonear, chequea.
ResponderEliminarDe todos modos, a mi me gusta la moraleja.
la gran pregunta es:
ResponderEliminarla buchona esta buena?
Demasiado buena como para un petiso-gordito-casado-cuarentón que zezea y camina como el Pingüino caracterizado por Danny De Vito.
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