Su ex esposa le confirmó lo que él sospechaba: el hijo que esperaba(n) no era suyo.
Javier se separó, se mudó y se cortó el pelo. Ella se quedó con su personal trainer -padre de su hijo por nacer- y el departamento, y Javier con todos los ahorros y el auto. Se alquiló un loft en Villa Crespo que conocí ayer y me dejó perplejo por el excelente gusto al servicio del diseño interior, virtud de mi compañero que yo desconocía.
Estos tres meses estuvimos hablando mucho y terminamos de afirmar la amistad incipiente que veníamos manteniendo. Me encontré con un lindo regalo de la vida, una adquisición espiritual por demás festejable. Javier exprimió al máximo mis dotes consejeras y puedo decir, lleno de orgullo, que mis palabras constituyeron una parte importante del andamiaje que lo sostuvo y lo ayudó a salir del dolor cegador en el que estuvo inmerso sobre todo las primeras semanas.
Cuando el dolor dejó lugar al enojo, empezó a dibujarse la historia que les voy a contar y que me obligó a cambiar el título del primer post relacionado con ella.
La bronca fue el motor que impulsó a Javiercristo -apodo que le puse anoche- a resucitar a los 33 años. Bronca por haber dado tanto y quedarse con nada, bronca por dedicarle tantos años de su vida a la persona que le rompió el corazón en mil esquirlas, y bronca por haber perdido a la que hasta acá fue la única mujer de su vida.
Pero eso va a cambiar muy pronto. Javier decidió llevar a cabo un plan que le llevará tiempo y paciencia, pero ayudará a redimir su alma hecha jirones.
...haber visto esta película antes de seguir leyendo. No sólo para evitar que los spoilers arruinen una experiencia inigualable. Verla es una obligación para todo oficinista, y para todo aquél que no haya tenido el placer de disfrutar la que para mi fue la mejor película de una década repleta de películas geniales (The Usual Suspects, Se7en, The silence of the Lambs, The Big Lebowski, The Shawshank redemption, Pulp Fiction, Reservoir dogs y muchas, muchas más).
Anoche vi Fight Club (1999) por enésima vez. Una oda a la esperanza disfrazada de terrorismo, sangre y locura. Un canto a la vida oficinística, una ventana que llena de aire y luz el mundo esclavista del trabajo moderno que transcurre en boxes de paredes de durlock, ruidos de teléfonos y jefes idiotas funcionales a los intereses de otros, que nos recompensa con la posibilidad de pagar los gastos cotidianos que la vida nos demanda y, a los más afortunados, con la chance de saciar la sed de consumo ciego, fútil y automatizado.
La oficina mostrada en la película es como cualquiera y, si bien son varios los tramos que transcurren allí, no podemos (ni necesitamos) saber más de ella que lo poco que nos muestran. Un jefe tóxico y molesto (como todos), una política corporativa infame y delincuente, reuniones irrisorias y corbatas al pedo. Sin embargo, a diferencia de la vida misma, muchas cosas interesantes ocurren en ella. El curso de la relación entre el jefe y el protagonista no tiene desperdicio y despierta en mí las fantasías más deliciosas vinculadas a mi vida laboral.
Y ya que lo nombré, pasemos al protagonista. Edward Norton encarna a un oficinista triste, insomne, flaco, desgarbado y con poca onda que trabaja en una compañía de seguros. Nunca sabemos su nombre, es un NN, un don nadie, un solitario devorador de catálogos que para poder dormir recurre al dolor ajeno. Y en ese ámbito conoce a Marla, una perfecta desquiciada, una hermosa desequilibrada mental -aunque en el devenir de la historia nos vamos enterando que está menos "loca" de lo que parecía- que se enamora del NN...o no. Porque en realidad, se enamora de la personalidad oculta del protagonista.
Y ya que lo nombré, hablemos de Tyler Durden. Me gustaría saber qué oficinista no quisiera ser Tyler Durden. No "como Tyler Durden" sino Tyler Durden mismo. Diametralmente opuesto al oficinista tipo (y sobre todo al representado por Norton), Tyler es un anarquista pragmático hasta la médula ósea, habitante de una casa en ruinas, repleto de facha (Brad Pitt en su máximo esplendor), de onda, de inteligencia y de conocimientos "macgyverianos" que, esquizofrenia mediante, transformarán la vida del protagonista en un cuento digno de convertirse en fundador de la Nueva Mitología Occidental. El objetivo de Tyler no es el club (que dicho sea de paso, se llena de "white-collar workers") ni la pelea en sí misma: es dar una lección de vida al mundo, despertar a las almas dormidas pero sin sueños que pueblan el planeta sin entender demasiado qué pasa en él, o peor aún, que entienden pero no les importa o se sienten a gusto sin que nada les haga ruido. Y de paso, darle una buena patada en la ingle al sistema. Ahí donde más duele, pero despacio, de menor a mayor.
Cientos de Fight Clubs fueron formados en todo el mundo a partir de la película. Supe de uno en Villa del Parque, sobre la avenida Nazca, donde ahora funciona una perfumería. Luego de producirse la muerte de uno de sus miembros en pleno combate, el club se desarmó. Una pena, quizás perdimos la oportunidad de vivir el comienzo de una verdadera revolución de la mano de un Tyler Durden latinoamericano. De todos modos, no pierdo las esperanzas de encontrarme algún día con un oficinista que me muestre los dientes llenos de sangre e intente entablar una pelea en plena calle conmigo, para dejarse perder.
"La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy enojados." NN/TD
Está bien. Hoy voy a mostrarme agradecido y, recostado por un rato en mi faceta hipócrita (la misma que despliego todos los días para no mandarte a la mierda), satisfecho por este aumento de sueldo que demoró más de la cuenta, como siempre. Llegó tarde, porque la inflación ya me comió una suculenta porción de la remuneración durante nueve meses. Y además de llegar tarde vino diezmada, porque usaste el índice oficial para ajustar mi salario, ese mismo índice que te la pasás criticando a diestra y siniestra por mentiroso. Mentiroso para lo que te conviene. Porque -pijotero viejo- recortás gastos de la cuenta "Staff Welfare" y nos quedamos sin galletitas: "aumenta todo un treinta por ciento anual", dijiste. Pero ver el mismo incremento en mi recibo de sueldo es una quimera. Encima tengo que escucharte decir que mi aumento responde sólo a la suba del costo de vida, que no es una recompensa por el rendimiento laboral. Vaya motivación. Y cuando -muerte de obispo mediante- se te ocurre que trabajé bien y lo merezco, me decís que a partir de ese momento mi compromiso con el trabajo debe ser mayor. ¿Qué me estás dando: un premio o un castigo? Voy a tener que seguir soportando estoica y silenciosamente (y muy a mi pesar) que los piratas de mierda que tenés de jefes te aprueben el cambio de auto cuando a vos se te ocurre, mientras tu personal se va volviendo más pobre y en muchos casos, practica malabarismo ecónomo para que el sueldo le dure hasta fin de mes. Y seguiré aguantando que te hagas el pelotudo como si nadie supiera que el mes pasado te compraron un Jaguar de ochenta mil dólares, a pesar de que el Mercedes que tenías estaba en perfectas condiciones y no había cumplido ni dos años en la calle. Por el bien de mi economía, seguiré tolerando tu cinismo berreta y tilingo. Porque así sos vos: tan berreta que te vas a Santa Teresita todos los años a pesar de tus cuentas en Suiza, Islas Mauricio y Luxemburgo, y tan tilingo que decís que no te interesa ir a otro lado, porque para ir a Europa están los viajes de negocios. Así te manejás siempre. Así de falso, así de mentiroso, así de ventajero. Así de turro. Así te odia todo tu personal, así te ningunean tus colegas, así te desprecia por la espalda toda la oficina. Así te van a decir un día, muy pronto y como lo hacen cada cinco años con cada Gerente General que ocupó tu oficina con ventanal al río, que la empresa ya no te necesita. Y mi risa va a escucharse acá, en Europa, y en tu puto chalet de Santa Teresita.
Ernesto se casó y decidió invitar a toda la oficina con parejas incluídas. Nuevamente fuimos todos, excepto Richard, que como ya había mencionado en otro post, no se mezcla con la plebe.
Primero la Iglesia. Muchos pseudoernestos y pseudoernestas de todas las edades, nos miraban con cara de "hola, soy pariente de Ernesto", nosotros desviábamos la mirada justo en el momento de producirse el contacto visual, para evitar el a veces molesto "hola qué tal, soy compañero de Ernesto de la oficina, soy un oficinista", "ah, hola, soy pariente de Ernesto", "pero si ya me di cuenta, Señora, con la cara de Ernesto que tiene"....
Muchos de nosotros conocimos a la Sra. Ernesto en el momento de ingresar blanca y radiante al sagrado recinto. La mayoría, sorprendidos por su belleza. Es que Ernesto no es una persona muy agraciada en lo que concierne a la belleza facial...es un culo, para ser sincero. Pero es un buen tipo y por lo que se ve, muy familiero. La Sra. Ernesto se ve realmente feliz y emocionada. El cura le dice Isabel, así es que deja de ser la Sra. Ernesto. Hay lluvia de arroz, como debe haber ocurrido en el civil. De nosotros, sólo Nelly se amontona entre los ernestos y los isabelos para arrojar cereales a los festejantes. Dice que trae suerte. Nos vamos en caravana al salón, que queda en la otra punta de Berazategui.
Mario llega detrás mío, puteando a la clase obrera residente en la zona porque se había perdido. Como si ellos tuvieran la culpa de que él se separara de la caravana para llegar más rápido...
Nos dieron dos mesas muy cerca de la principal, lo cual me pone muy incómodo. Ernesto nos dispensa un trato preferencial, mucho mejor que el que le da a los ernestos e isabelos, que son como ciento veinte. Mis colegas hablan estupideces, mi jefa cuenta que para el cumpleaños de su hija mayor quiso contratatar al mago Kakarulo pero no pudo porque le quería cobrar mil ochocientos pesos por quince minutos de ilusionismo. Le parecía una barbaridad. Y que en el casmiento de su mejor amiga estuvo el grupo Manhattan (pronúnciese Mn'jt'n) que cobra seis mil pesos por show. Re divino. Me importa un rábano sin cáscara, mamerta. Le digo a mi compañera que a la vuelta va a tener que manejar ella, que decidí ponerme en pedo.
La entrada es increíble, un vitel toné por el que no daba dos mangos, pero como estaba un poco famélico decidí probarlo. Terminé comiendo el mío, el de mi mujer, el de Nelly y el de Cristina. Ellas se lo perdieron.
Primera tanda de música. Mis estúpidas compañeras oficinistas se ponen a bailar como si tuvieran mucha onda, bordeando lo sexy, lo canchero y lo divertido. Ni se gasten, chicas. Yo las veo todos los días en la oficina, ustedes no son sexies, no son cancheras y por sobre todas las cosas, son aburridísimas. Termina Funkytown y nos sentamos.
Antes del plato principal, el momento emotivo. Los novios agradecen a todos y van llamando un representante de cada mesa. En las de los bananas microcéntricos se produce un silencio atroz y el nivel de tensión aumenta, porque nadie esperaba esto. Ernesto elige a Mariano, de mi mesa, y a Javo (su jefe), de la otra. Respiro aliviado mientras piden que cada uno de los 19 representates diga unas palabras breves. Dos Ernestos y tres isabelos se pasan de rosca y el momento emotivo dura exactamente 63 minutos. Menos mal que me me había clavado cuatro viteles. El plato principal es un pollo con una salsa marrón parecida al demi glace, pero no es. Está riquísimo y me como dos platos, el segundo no sé de quién era. Paralelamente le pido al mozo otra botella de Carcassone.
La siguiente tanda de música me revolvió todo el vitel toné. Arrancó con soportables aunque un poco aceleradas versiones de Provócame, No culpes a la noche, Ahora te puedes marchar y La gota fría con Moralito a la cabeza. Seguimos con Los Wawancó y Los Palmeras, y todo está bien. Pero enseguida arrancó un maxibloque de setevelatangas, de zarpalelalatas, de labarandaalechequelargases y un montón de guarradas más que en ese momento me provocan un poco de vergüenza, más que nada por los ernestitos e isabelitos que se enredan entre las piernas de los más grandes, esos que no paran de bailar y agitar los brazos a puro ritmo tropical...del Trópico de González Catán. Mi zona cerebral aburguesada me putea por haberla llevado a ese casamiento.
El vals. Sólo Nelly se acerca a bailar con Ernesto. Después obliga a Gabriel -su marido- a sacar a Isabel, que queda atrapada entre sus brazos mientras él le aclara al oído su identidad. Isabel le dice que sí con la cabeza e inmediatamente busca socorro en el primer pseudoernesto que se le cruza porque además de no conocerlo, Gabriel la pisó dos veces.
Momento de las sorpresas para los novios, preparadas por los felices y regordetes consuegros.
Primer acto: el mago Kakarulo. Mi jefa me saca el Carcassone y se llena la copa. El espectáculo dura media hora y es un éxito total. Los ernestitos e isabelitos deliran.
Se hace una pausa de diez minutos con música de Kenny G. de fondo.
Llega el segundo acto: el grupo Manhattan (pronúnciese Mn'jt'n). Mi jefa va corriendo al baño. Todos bailan y todos cantan como en el Puente de Avignon. Así me gusta a mi.
Elijo seguir en pedo y descarto la diluyente glucosa en exceso que se ve sin necesidad de microscopio en las dos toneladas de crema chantilly que tiene la torta. La mesa dulce tiene muchos panqueques y helado. Varios oficinistas arman un blitzkrieg contra la mesa y se llevan platos combinados. Mario tiene los ojos rojos y medio achinados y no para de comer.
Carnaval carioca. Esta es la parte de la fiesta que me genera más ambivalencia. A veces me prendo, a veces me dan ganas de agarrar el matafuegos y rociarlos al grito de "¡la fiesta de la espuma, hijos de puta!". En este caso me quedo frente al Carcassone, mientras mi compañera me mira con cara de vamos. Veo a Nelly derrapando en la cola del trencito. Pasa la Lambada y cuando escucho lo primeros acordes de Samba de Janeiro, decido que es hora de irme.
Abrazo al novio, abrazo a la novia. Que sean muy felices y tengan muchos hijos, pero que ninguno sea oficinista.
Una vez que hicieron las paces, la relación entre Mariano y Lucila tomó un rumbo diferente. Ella ya no le contaba cada detalle de sus dichas y desdichas, Mariano compartió más información sobre sus cosas, su familia, sus estudios, su odio creciente hacia la oficina y su trabajo y, muy de vez en cuando, mencionaba que con Alexia estaba todo bien. Muy bien, a lo sumo. De eso, con Lucila, mucho no hablaba. Podría decirse que la amistad se había recompuesto, a pesar de no haber vuelto al nivel de antes de la pelea y de que un nuevo ingrediente se incorporaría a la relación. Un ingrediente picante utilizado a partir del último after que celebramos en Henry J. Beans, el otrora paraíso del oficinista microcéntrico.
Esa noche toda la oficina -incluyéndome- se hizo presente en el pub. No había un motivo en particular, ni despedidas, ni bienvenidas, ni cumpleaños ni nada. Sólo había ganas de divertirse y embriagarse. Sobre todo de embriagarse. A las 2 AM yo ya estaba vomitando en los jardines de ATC, no sé ni cómo llegué hasta allí y a duras penas recuerdo que alguien (no sabía quien) me subió a un taxi que me llevó hasta mi casa por el doble de la tarifa, debido al olor que había dejado impregnado en el asiento trasero. Pagué sin chistar y al día siguiente no fui a trabajar.
Antes de mi patético final, nos tomamos con Mariano tres shots de tequila consecutivos, sin mediar limón ni sal. Él no tomó más, porque ya tenía suficiente. Rió, charló con unas turistas letonas de un metro ochenta y pico y luego de unas horas, cuando ya estaba pensando en volver a casa, el DJ hizo sonar el tema preferido de Lucila (Mariano no lo sabía) que para ese entonces podría decirse que era un "nuevo oldie": Sing it Back, de Moloko. Lucila, que también había participado de la ingesta global de alcohol, levantó los brazos y empezó a bailar sola, con los ojos cerrados, meneando todo su cuerpo tan sensualmente que los hombres de su entorno casual hicieron una ronda a su alrededor, para mirarla. Uno de ellos, irremediable oficinista de línea media de algún estudio contable grande, puso su cuerpo junto al de ella intentando acompañar sus movimientos oscilantes en tres D. Lucila bailó con él unos segundos, ante la mirada atónita de todos sus compañeros. Mariano no podía creer lo que veía. Tal era su asombro que cuando Lucila lo descubrió observándola, dejó momentáneamente al Senior A para seguir su coreografía encastrada al cuerpo de él. Gonzalo, Jorge, Mario y el resto aullaron al unísono. Mientras tanto, Mariano parecía una gárgola, su sistema nervioso había colapsado y por más que lo intentara, no podía seguir el ritmo de Lucila, que continuaba bailando mirándolo a los ojos. Ante la falta de reciprocidad volvió con el otro y, esta vez al son de "Lady" le guiñó un ojo a Mariano, que no podía sacarle los suyos de encima. Media hora después, Lucila se fue con el Senior. Y Mariano, Hiroshima Interno, se tomó un taxi y se fue a su casa.
Con Alexia habían alquilado un hermoso departamento de tres ambientes en el Boulevard Chenault del barrio porteño de Las Cañitas. En el cuarto vacío Alexia armó su atelier, aprovechando la luz que el enorme ventanal dejaba entrar durante todo el día. Mariano abrió la puerta, aún levemente beodo, la vio sentada en el sillón a media luz y con la TV encendida en I-SAT, que estaba proyectando Perversa luna de hiel, de Roman Polanski. La imagen de la pantalla se reflejaba en sus pequeñas gafas y tenía el cabello recogido en un rodete. Llevaba puesto un pantalón de jogging y un buzo muy viejo de Mariano, con la inscripción "Colegio Nacional de Buenos Aires". Sin saludarla, la tomó de la mano y la llevó a la habitación para tener sexo hasta las cinco de la mañana. Al día siguiente, Mariano tampoco fue a la oficina.
Destruyeron la industria nacional, estatizaron la deuda privada, pisotearon los derechos civiles a través del terrorismo de Estado, robaron bebés, torturaron, robaron bienes privados y aniquilaron decenas de miles de personas.
Obediencia debida, Punto Final, Hiperinflación, "la casa está en orden", Pacto de Olivos...
Regaló el patrimonio nacional, destruyó a la clase media y aniquiló la esperanza de los pobres
Tan impresentable que ni su cara quiero poner. Continuó un modelo que prometió terminar, castigó a la clase media con impuestazos, bajó las jubilaciones e inventó el Corralito. Mató 35 personas antes de irse.
Favoreció a los bancos y reventó a los ahorristas. "El que depositó dólares, recibirá dólares". Se llevó dos muertos en el Puente Pueyrredón.