Hoy se cumple un año de la peor pesadilla gastronómica padecida en toda mi carrera oficinística.
El 29 de Mayo del año pasado -lo recuerdo bien porque es una fecha muy especial- se me ocurrió hacer el pedido de mi almuerzo bien temprano (antes de las 12) porque mi desayuno había resultado muy frugal y, dado que se me antojó comer ravioles a pesar de ser el día de los ñoquis, habría de realizar el pedido a un lugar que suele demorar no menos de una hora en hacerse presente con el ansiado blister alimenticio. Cuando corté con la chica que me atendió tan rápido que parecía hablar en euskera, me quedó un rebote de duda, un eco perceptivo subconsciente que me indicaba que algo no iba a salir bien, así es que decidí estar alerta.
A las 13:30 hs. -sin mi almuerzo- tomé el toro por las astas, el teléfono por el tubo y llamé, con hambre incipiente y malhumor en puerta debido a la exagerada demora que me estaba comiendo en lugar de los ravioles. Voy a intentar reproducir el diálogo, aunque se me escape algún detalle:
- Hola, te llamé a las 12 para hacerte un pedido y todavía no llegó
- ¿Y qué hora es?
-....según mi reloj, dos menos veinte.
- No puede ser. ¿De qué dirección llamás?
- Calle Tal 220 piso 12, a nombre de Oficinista Aburrido.
- Oficinistaaa...Oficinistaaa....dame un segundo. [quedo en línea casi un minuto por reloj, mientras escucho ruidos de platos, mozos, clientes, eructos y reproches...] Mirá, el pedido salió hace una hora y dijeron que nadie lo había pedido.
- Debe haber un error, porque si te estoy llamando de nuevo, ES PORQUE LO PEDÍ, ¿no?
- ¿Cuál era la dirección?
A esta altura, decidí dejar que el vacío de mi estómago dirija mi forma de expresarme. Ya no me importaba nada.
- ¡TE LA DIJE RECIÉN! !!CALLE TAL 220 PISO 12!!. Escuchame una cosa: ¡tengo hambre! ¿Me van a traer el almuerzo o no?
- Dame un segundo....[pasaron treinta más] Parece que fue a Calle Tal 240, en lugar de 220. Porque en Tal 240 piso 12 hay otro Oficinista que es cliente, de ahí la confusión.
- Ahhhh...mirá vos qué casualidad. ¿Y en cuánto tiempo me podés mandar los ravioles?
- ¿No eran ñoquis?
- NO!!!!!! Ravioles!!!!!!
- Ok, no te pongas mal, por favor. En quince minutos los tenés ahí con vos. Te pido mil disculpas.
Acepté, aunque las disculpas no se comen, y traté de pensar en otra cosa.
Cuarenta minutos después, habiéndome bajado medio paquete de Mayco sin sal y mientras codiciaba lujuriosamente el tupper de Nelly (arroz integral con gomasio), con ganas de agarrar puñados con las manos y comerlos medievalmente, me llamó Adela de recepción para avisarme que mi pedido había llegado. Pagué con la alegría de un niño que recibe su primer Scalextric y me senté a comer. Pero faltaba lo peor.
Si hay algo que no puedo comer es la ricota. Odio la ricota y puedo detectar su presencia a varios metros de distancia aunque esté camuflada en una enorme masa de verdura cómplice. Basta un gramo de ricota en un kilo de lo que sea para que no sólo me dé cuenta de su presencia al sólo paladearla, sino también que me provoque arcadas automáticas y pérdida inmediata del apetito. Como no podía ser de otra manera, la telelfonista aburrida me tomó mal el pedido y en lugar de mandarme ravioles de pollo me los mandó de ricota. Abrí uno por la mitad para corroborar y, antes de engullir, detecté la indeseable presencia del lácteo en mi almuerzo. Al borde de un llanto que se perfilaba similar al del torturado para arrancar una confesión, con una mezcla de cansancio, dolor, resignación, "preguntame lo que quieras y te digo que fui yo", volví a llamar a la señorita y, con un hilo de voz, le expliqué lo sucedido. Le dije que era una vergüenza lo que habían hecho, que eran casi las dos y media de la tarde y que me tomé el trabajo de pedir antes de las doce, como dice el volante, para facilitarles la tarea. A cambio, recibo la comida con más de dos horas de demora y no me mandan lo que yo había pedido. ¿Qué tengo que hacer? Me arruinaste el día, le dije. Me pusiste de mal humor y además estoy cagado de hambre. ¿Cómo lo vamos a solucionar? Pidió disculpas tres veces y me ofreció estar en la oficina personalmente con lo que yo quisiera en diez minutos. Le pedí un sandwich de milanesa completo, los ravioles eran historia.
A los doce minutos llegó ella. La reconocí por la voz. Volvió a disculparse, me explicó rápidamente que estaban con mucho lío por un par de renuncias y no sé qué otra excusa más, el hambre me impedía escuchar atentamente. Recibí el sándwich, me devolvió la diferencia y me volvió a pedir perdón. Yo sólo atiné a responderle con lo que quedaba de ese hilito de voz y mirándola a los ojos:
- Con la comida, no se jode.
El 29 de Mayo del año pasado -lo recuerdo bien porque es una fecha muy especial- se me ocurrió hacer el pedido de mi almuerzo bien temprano (antes de las 12) porque mi desayuno había resultado muy frugal y, dado que se me antojó comer ravioles a pesar de ser el día de los ñoquis, habría de realizar el pedido a un lugar que suele demorar no menos de una hora en hacerse presente con el ansiado blister alimenticio. Cuando corté con la chica que me atendió tan rápido que parecía hablar en euskera, me quedó un rebote de duda, un eco perceptivo subconsciente que me indicaba que algo no iba a salir bien, así es que decidí estar alerta.
A las 13:30 hs. -sin mi almuerzo- tomé el toro por las astas, el teléfono por el tubo y llamé, con hambre incipiente y malhumor en puerta debido a la exagerada demora que me estaba comiendo en lugar de los ravioles. Voy a intentar reproducir el diálogo, aunque se me escape algún detalle:
- Hola, te llamé a las 12 para hacerte un pedido y todavía no llegó
- ¿Y qué hora es?
-....según mi reloj, dos menos veinte.
- No puede ser. ¿De qué dirección llamás?
- Calle Tal 220 piso 12, a nombre de Oficinista Aburrido.
- Oficinistaaa...Oficinistaaa....dame un segundo. [quedo en línea casi un minuto por reloj, mientras escucho ruidos de platos, mozos, clientes, eructos y reproches...] Mirá, el pedido salió hace una hora y dijeron que nadie lo había pedido.
- Debe haber un error, porque si te estoy llamando de nuevo, ES PORQUE LO PEDÍ, ¿no?
- ¿Cuál era la dirección?
A esta altura, decidí dejar que el vacío de mi estómago dirija mi forma de expresarme. Ya no me importaba nada.
- ¡TE LA DIJE RECIÉN! !!CALLE TAL 220 PISO 12!!. Escuchame una cosa: ¡tengo hambre! ¿Me van a traer el almuerzo o no?
- Dame un segundo....[pasaron treinta más] Parece que fue a Calle Tal 240, en lugar de 220. Porque en Tal 240 piso 12 hay otro Oficinista que es cliente, de ahí la confusión.
- Ahhhh...mirá vos qué casualidad. ¿Y en cuánto tiempo me podés mandar los ravioles?
- ¿No eran ñoquis?
- NO!!!!!! Ravioles!!!!!!
- Ok, no te pongas mal, por favor. En quince minutos los tenés ahí con vos. Te pido mil disculpas.
Acepté, aunque las disculpas no se comen, y traté de pensar en otra cosa.
Cuarenta minutos después, habiéndome bajado medio paquete de Mayco sin sal y mientras codiciaba lujuriosamente el tupper de Nelly (arroz integral con gomasio), con ganas de agarrar puñados con las manos y comerlos medievalmente, me llamó Adela de recepción para avisarme que mi pedido había llegado. Pagué con la alegría de un niño que recibe su primer Scalextric y me senté a comer. Pero faltaba lo peor.
Si hay algo que no puedo comer es la ricota. Odio la ricota y puedo detectar su presencia a varios metros de distancia aunque esté camuflada en una enorme masa de verdura cómplice. Basta un gramo de ricota en un kilo de lo que sea para que no sólo me dé cuenta de su presencia al sólo paladearla, sino también que me provoque arcadas automáticas y pérdida inmediata del apetito. Como no podía ser de otra manera, la telelfonista aburrida me tomó mal el pedido y en lugar de mandarme ravioles de pollo me los mandó de ricota. Abrí uno por la mitad para corroborar y, antes de engullir, detecté la indeseable presencia del lácteo en mi almuerzo. Al borde de un llanto que se perfilaba similar al del torturado para arrancar una confesión, con una mezcla de cansancio, dolor, resignación, "preguntame lo que quieras y te digo que fui yo", volví a llamar a la señorita y, con un hilo de voz, le expliqué lo sucedido. Le dije que era una vergüenza lo que habían hecho, que eran casi las dos y media de la tarde y que me tomé el trabajo de pedir antes de las doce, como dice el volante, para facilitarles la tarea. A cambio, recibo la comida con más de dos horas de demora y no me mandan lo que yo había pedido. ¿Qué tengo que hacer? Me arruinaste el día, le dije. Me pusiste de mal humor y además estoy cagado de hambre. ¿Cómo lo vamos a solucionar? Pidió disculpas tres veces y me ofreció estar en la oficina personalmente con lo que yo quisiera en diez minutos. Le pedí un sandwich de milanesa completo, los ravioles eran historia.
A los doce minutos llegó ella. La reconocí por la voz. Volvió a disculparse, me explicó rápidamente que estaban con mucho lío por un par de renuncias y no sé qué otra excusa más, el hambre me impedía escuchar atentamente. Recibí el sándwich, me devolvió la diferencia y me volvió a pedir perdón. Yo sólo atiné a responderle con lo que quedaba de ese hilito de voz y mirándola a los ojos:
- Con la comida, no se jode.