jueves, 29 de octubre de 2009

20 mujeres para Javier (IV): Tiempo de siembra

Fue al recital de Depeche Mode hace unos días y me comentó por email que pocas veces en su vida había visto tantas chicas lindas todas juntas. De todos modos, no había "onda de encare, la gente estaba muy en la suya, pendiente de la banda"...típica atmósfera recitalera de Baires. El lugar explotaba y lo que más le gustó fue sentirse nuevamente adolescente, retrotraerse a la época previa a Marina, su ex. Por momentos, sentía que la llaga profunda que le dejó la separación violenta no estaba, era como estar intacto. Trató de aferrarse a esa sensación y de ella se sirvió para animarse a hacer algo que no acostumbraba. Minutos antes del comienzo del recital se produjo un contacto visual prolongado por demás con una chica que estaba a cinco metros, rodeada de amigas tanto o más lindas que ella. Parecía un scouting de Dotto de excursión por el club Ciudad de Buenos Aires. Todas lindas, todas chic. Y una lo miró mucho. A él.

Pasó el recital y la buscó durante un buen rato. Obligó a su amigo a acompañarlo por todo el campo. No la encontró sino hasta llegar a un puesto de bebidas más allá, casi en Libertador. Ella lo vio enseguida y hubo otro contacto. Esta vez, Javo lo acompañó de media sonrisa que al igual que su mirada, fue perfectamente correspondida. Sin dudarlo, actuó. Se acercó, la saludó y le preguntó su nombre.
- Mi nombre es Peligro- dijo ella, citando una canción de El otro yo que Javo no conocía. Sin embargo, la improvisación le pareció creativa y divertida. Se rieron los dos a la vez casi a carcajadas y él, para no ser menos, le contestó apurado para que no pareciera una respuesta muy pensada:
- Mi nombre "¡e'!" Cooler O´Connor.
Nuevamente se rieron a la par. Hablaron dos minutos del recital y ante la insistencia para partir de las amigas de la chica, Javier le pidió su teléfono, "para invitarla a tomar un café un día de estos" (sic). Ella se lo dijo de corrido y sin repetirlo, se fue. Javo no tuvo problemas en memorizarlo pero se dio cuenta de que había olvidado preguntarle su verdadero nombre. De todos modos, eso era lo de menos.

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El miércoles pasado recibió un llamado desagradable de su ex esposa, que le pedía por favor que se juntaran a hablar del tema divorcio. Sin prisa, le contestó usando la parsimonia de siempre que todavía no estaba en condiciones, hasta se disculpó por no acelerar las cosas. Le pidió que lo entienda, que verla le haría mucho daño y que en este momento de curación no era lo más recomendable. Ella amagó a ponerse histérica y Javo le cortó, a esa altura sin tanta diplomacia, más tajante que de costumbre.

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Hoy fuimos a almorzar al restaurante vegetariano que está en el primer piso de una galería de Florida entre Perón y Mitre. Mientras comentábamos los despidos y algunos otros avatares de la oficina, vi que en una mesa cercana había dos oficinistas de unos treinta años, muy arregladas, una de ellas con una inocultable e "inocultada" cirugía estétitca de lolas. Lo desafié:

- A que no te animás a encarártela.
- Boludo, estoy comiendo...
- ¿Y? ¿Con quién estoy hablando? ¿Con el nuevo o con el viejo Javo?

Como si le hubiera mordido la oreja, se levantó de la silla y se les acercó. Estuvo unos cinco minutos charlando. Ellas se mostraron poco sorprendidas. Siguieron la conversación y hasta hubo dos risotadas. Y le devolvieron el "chau" amigablemente.

- Capooooooooo- le festejé sin preguntar por los resultados.
- Vienen todos los jueves a almorzar acá a la una en punto. La semana que viene le saco el tubo a la morocha.
- ¿Y la tetona?
- Me gustó más la morocha, y además me dijo que le hago acordar a Leo Sbaraglia.

Indudablemente, mi amigo (que con el pelo corto, es cierto que se parece a Leo Sbaraglia) está entrando en forma.



lunes, 26 de octubre de 2009

El Despido (II)

El caso de Marcelo

Este es un caso complejo, el empleado fue desterrado perdiendo todos sus derechos de manera violenta y transformándose en el enemigo público número uno. Proscripto como Perón en el '55. Marcelo ocupó un cargo ejecutivo durante varios años y su situación económica es una de las más holgadas de la empresa. Como suele ocurrir en esos puestos, durante mucho tiempo mantuvo controversias con varios pares, entre ellos, el presidente de la compañía (Richard).
Decidieron que sus servicios ya no eran útiles a los fines corporativos y lo echaron de un día para el otro, sin anestesia. Llegó a la oficina y no pudo loguearse, le preguntó a Javier qué pasaba y éste, casi avergonzado, le dijo que cumplió órdenes, que hable con Richard, que en ese momento estaba cazando perdices en su estancia de Entre Ríos con un Johnny. No le contestó ni uno de sus reiterados llamados. Desorientado, llamó a un par de clientes para anunciarles su desvinculación en voz alta, casi a los gritos. El resto de los empleados lo mirábamos con una mezcla de sorpresa, pena y solidaridad. Ver a un pez gordo caer en las redes de la desgracia laboral genera sensaciones controvertidas. Más aun en el caso de Marcelo, tan querido como rechazado por el vulgo oficinístico.
Unos minutos después llegó el Gerente General con una bolsita de Pharmacity. Apuesto mi sueldo a que esa bolsa contenía Rivotril o algún calmante emparentado. Se encerraron en la oficina del drogón y los gritos se escuchaban hasta la Plaza San Martín. Mediante puteadas mutuas, recriminaciones y amenazas de juicios varios nos regalaron un espectáculo amarillista y desagradable. Marcelo dio un portazo y se fue sin saludar a nadie.

Días después hablé con él y me contó la raíz del problema. Debido a su abultado esquema de comisiones, el año pasado decidieron recontratar sus servicios con una modificación consensuada, incorporando un sueldo fijo mucho más alto que el que tenía (estoy hablando de cinco cifras en dólares, por mes) sin remuneración variable, por los dos años siguientes. La interrupción del vínculo anticipada trajo un problema interpretativo. Marcelo pretendía el pago del contrato completo (24 meses) y la empresa pretendía llegar hasta el día del despido y no pagarle un peso más. Asimismo, el cálculo de la indemnización incluiría lo cobrado y no el contrato completo. La diferencia total ronda los tres cuartos de millón de dólares y las cartas documento ya están a la orden del día.

Como mencioné ayer, son muchas las variables que determinan la forma de desvincularse de un trabajo. Cuando es la empresa la que decide el final, entran en juego la historia de la relación entre el empleado y sus empleadores, las ganas del trabajador de quedarse, los modos, modismos y reacciones en el diálogo final, la posición económica del empleado antes del despido y, muy por encima de todo, el arreglo económico.


Pablo y Marcelo representan dos posiciones opuestas atravesadas por el mismo aspecto regulador: el dinero. Siempre el cochino dinero. Cochino, sí, pero como dice sabiamente Manolito, debemos admitir que cuando lo tenemos no nos ponemos a cuestionar su higiene.




domingo, 25 de octubre de 2009

El despido (I)

La entidad más temida (en la mayoría de los casos) de la vida oficinística, se hizo presente en mi trabajo hace pocos días. Dos personas fueron despedidas y me sirven de ejemplo de sendas situaciones extremas: uno se fue desterrado y el otro por la puerta grande.

Las variables que determinan en cuál de los extremos uno puede caer son varias. Tengamos en cuenta que el fin del contrato laboral en estos casos es decidido unilateralmente por el empleador, y más allá de la enorme alegría que pueda despertar en el despedido en casos excepcionales como el de Pablo, en general representa un hecho desalentador, estresante y desmoralizante, como le pasó a Marcelo.

El caso Pablo

Pablo llevaba nueve años y un mes trabajando en la oficina. Formaba parte del team administrativo de ventas junto a Mario y -al día de hoy- Andrea. Pablo es (era) un oficinista aburrido, soñador y con mucho vuelo intelectual y artístico que estudia teatro desde el '99 y ya había comenzado a presentarse con tres colegas en una sala del barrio del Abasto con su show de stand up, un espectáculo realmente divertido y muy bien armado. Pablo es uno de esos tipos que nacieron para hacer reir a los extraños pero que en confianza no despliega todo su talento, como si siguiera el camino del payaso triste que divierte a los niños.
Cuando le dieron la noticia de su despido, escuchó muy seria y atentamente las causas, consecuencias y condiciones. Me contó Cristina que pensó que le iba a agarrar un ataque de nervios. Sin embargo, al enterarse de que su indemnización incluiría

1) Todos los conceptos remunerativos sin excepción. Eso incluye el bonus anual.
2) 10 años de cómputo en el cálculo en lugar de los 9,083 (nueve y un mes).
3) Un redondeo de casi ocho mil pesos como retribución extra.
4) Cobertura médica hasta Marzo.
5) Pago del sueldo del mes (su despido fue la primera semana de Octubre), aguinaldo y vacaciones completas y su inclusión en el cálculo indemnizatorio.

una enorme sonrisa se dibujó en su rostro y empezó a consolar a Cristina y al Gerente General, expllicándoles que para él era una situación ideal, que podría dedicarse a lo que realmente le gustaba y que volvería seguido para visitar a todos y no perder el contacto (no le creo). Salió del Cuarto 101 y festejó con todo lo que se le cruzaba. Nelly se dejaba abrazar y no sabía si reirse junto a Pablo o aprovechar la ocasión para llorar por su despido.
La empresa quedó satisfecha por la ausencia de conflicto a pesar de perder una buena pieza de sus engranajes. Pablo ya consiguió dos de los tres socios necesarios para invertir gran parte de su capital en armar un mini centro cultural PROPIO en Cabrera y Gascón.
Un despido con final feliz.

Mañana les cuento el caso Marcelo.

viernes, 23 de octubre de 2009

Mi abrochadora y yo

Casi siempre empezamos bien. Todas las mañanas me ayuda a armar los legajos de documentación del día anterior, para los que tengo que abrochar varios juegos de distinta naturaleza y grosor. Hoy, por ejemplo, arrancamos bárbaro. La mano hacía su movimiento de una manera aceitada y con cadencia armoniosa.

En el quinto juego hace un ruido seco que interrumpe el romance. Se agotó el stock de cien ganchitos que lleva cada carga. Como nunca tengo una cajita a mano, le pido a Nelly que me convide. Abro la pinza, corro el resorte violento hacia atrás con una mano y con la otra introduzco la nueva carga y sigo, pero no por mucho tiempo.

Después de algunas abrochadas suaves, quiero sujetar demasiados papeles a la vez y ocurre lo peor. Esa música monótona similar al canto de una rana ("creque-creque-creque") que indica que todo está bien, deja lugar súbitamente a un sonido feo, como una tos seca de metal. El toco de papeles era demasiado gordo, un gancho quedó a mitad de camino entre su doblez y su estado originario, atrapado en la salida de la abrochadora y con otros dos que lo siguen en el enganche como si el primero fuera su líder. Con un ganchito clip trato de sacar a los sublevados pero no puedo, están muy firmemente sujetos a la MIT pinzada. Recurro a la artillería pesada, la tijera en punta. Nada. Meto y meto por el agujerito de adelante pero no logro deshacer el amotinamiento. Previsiblemente malhumorado, pido disculpas a mis compañeros por el ruido.
- ¿Qué ruido?- me pregunta Lucila.
- Este - le contesto, y empiezo a darle a la abrochadora de canto contra el escritorio hasta que se separan los dos rieles que contienen los ganchitos: el que sirve de apoyo y el que se acopla, que cuenta con ese triangulito antipático en la parte de adelante por donde siempre intento llegar a una solución lógica, razonable y negociada con el clip y la tijera, aunque la mayoría de las veces no me deje opción y me obligue a recurrir a métodos violentos.

Reparo el desastre y sigo, pero todavía me espera una parada más en este camino lleno de espinas que es la relación entre mi abrochadora y yo.
Se me traba un gancho en otro toco de papeles gordo (sí, me vuelve a pasar una y otra vez) porque, a pesar de haber previsto el hecho, no tenía ganas de ir a buscar la 21/6, pensé "Si le doy bien fuerte y seco, los abrocho con la 50". No, no pude. Las abrochadoras no son varitas mágicas, si los broches 50 no alcanzan, no alcanzan. Así de sencillo. Ahora, por vago, tengo dos problemas:
1) Se me volvieron a trabar dos ganchitos en la abrochadora.
2) También me quedó uno trabado entre los papeles, que quedaron abrochados por la mitad.
Para resolver 2) la tijera me alcanza, aunque sin querer rompí mucho papel en el vértice superior izquierdo de uno de los reportes y tuve que volver a imprimirlo. Para 1), repito los pasos anteriores, sólo que esta vez con un poco más de bronca. Y si se rompe la abrochadora o el escritorio, que se rompan. Que mi paciencia no sea la única víctima de este barullo típico de oficinista.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Días Extraños

De mis cuatro mil y pico de días de oficina, ninguno fue más extraño que el miércoles 23 de Octubre de 1996.
A duras penas alcanzaba a naufragar en el mar del menemismo desempleador gracias a una triste pasantía en el Banco de la Ciudad de Buenos Aires, Casa Matriz. Puedo decir que -paradójicamente- esos fueron los días menos aburridos y más vertiginosos de mi carrera oficinística. Tenía muchas de las tareas más espantosas que la burocracia nos supo dar, como abrir y cerrar nepacos de metal durante todo el día para archivar en esas carpetas color ladrillo la documentación de los clientes. Sin embargo, en el año y medio que duró mi estadía en el banco, pasé por las situaciones más raras, angustiantes, desgarradoras y desopilantes que me han tocado en esta vida laboral.
Lo más destacable de esos días era lo más extraño, lo singular de algunos acontecimientos. Singular, claro está, para una vida llena de oficina. Si hay algún chamán leyendo este blog, espero sepa disculpar a este empleado fácil de sorprender.

Ese día lo extraño empezó afuera de la oficina y terminó adentro con el encadenamiento de dos situaciones extraordinarias para derrumbar mi escepticismo. A partir de ese día empecé a respetar a las Ciencias Ocultas, lo mántico y cualquier paranormalidad que pudiera darse.

La noche anterior soñé con mi maestra de primer grado del "Normal N° 11 Dr. Ricardo Levene" -tal como lo recitaba en ese entonces-: la Señorita Lili. La Señorita Lili era un amor, una montaña humana que nos sacaba miles de cabezas y nos entregaba todo su oficio y ternura como ninguna otra. Los dos años que la tuve fue una verdadera segunda mamá. A la mañana le conté a la primera mi sueño, un tanto sorprendido y un poco más conmovido por las sensaciones más vívidas que oníricas. Fui a tomar el colectivo llegando con lo justo, como siempre, y en el camino me crucé con una viejita encorvada, muy bien vestida y totalmente canosa. La miré y me miró al mismo tiempo. La reconocí enseguida, era la Señorita Lili. Hacía más de diez años que no la veía porque se jubiló cuando yo estaba en quinto grado. Emocionado, la abracé y me quedé hablando de la vida de los dos durante media hora. Me despedí y me dijo que me cuide, pero fue raro, porque sonó más a pedido que a una mera forma de decir adiós. Subí al colectivo aun conmovido por la coincidencia.
Nunca volví a verla.

Llegué al trabajo y le pedí perdón a mi jefe por la demora sin dar excusas. Acomodé mis cosas y fui directamente al baño, me sentía algo mal. (Yo desayunaba en el banco todos los días y después de un rato solía ir al baño, pero ese día fui directamente)*.De repente, en el baño, me puse a llorar. Lloré cagando. Algo realmente difícil y llamativo. Todavía ignoro el motivo por el cual me embargó el llanto, ni siquiera llegaba a estar triste y me sentía (y siento) muy lejos de poder explicar la razón de mi pesar, o lo que fuere. Me repuse y volví al escritorio.
Un rato después Víctor fue al baño con el diario abajo del brazo y a los dos minutos ocurrió la siguiente secuencia: ruido de petardo o algo similar - grito - ruido de petardo o algo similar. Todos los hombres nos desplazamos sigilosamente hacia la puerta del baño y Víctor, desde adentro, lanzó un "NOOOOOO!!!! CHE, VENGAN, VENGAN!!!!" desgarrador. Nadie entendía absolutamente nada.
Entramos todos, el baño estaba lleno. Víctor estaba bien, sólo tenía el pantalón mal abrochado, no había apretado el botón y se agarraba la punta del zapato con cara de dolor y temblando. Señaló el baño que estaba cerrado y dijo en voz muy baja "Alguien se disparó". Después de golpear dos veces, uno de los oficiales de cuenta -entrenado en artes marciales- abrió la puerta de una patada y encontramos, yacente, el cuerpo del agente de la Federal que custodiaba el edificio. Al parecer en los últimos tiempos se le había declarado un trastorno bipolar severo pero decidió abandonar su terapia porque estaba mal visto entre sus compañeros. Según pudimos inferir, antes de meter el arma en su boca intentó matarse con un tiro en la sien y falló, la bala rebotó en el techo (dejó una marca), para dar en la punta del pie de Víctor. Agujereó el diario, el zapato y le fisuró una falangeta. De todos modos, al ceder el estupor se mostraba contento porque pensaba que había hecho un buen negocio: un huesito del pie por cualquiera de la cabeza.
Durante horas pensé que Lili me había dicho que me cuidara y que después una bala perdida podría haberme lastimado, o quizás no, o quizás sí y seriamente. Y también en mi sueño y el encuentro con ella. Las "casualidades" de la vida conspirando de alguna manera misteriosa para el bien de uno mismo. Eso es bueno.
Pero entrado el anochecer de ese día agitado me percaté de un dato temporal que me paralizó el metabolismo completo: había pasado poco más de media hora entre mi llegada a la oficina y el suicido del agente, la media hora que pasé hablando con la Señorita Lili...
Esa fue la última vez que, para explicar algo, solté como primera opción de causalidad la palabra "casualidad".

*editado posteriormente. Gracias Vicky!

viernes, 16 de octubre de 2009

Lo imperdonable

Existe lo indecible, lo impensable, lo inmirable y lo imbancable. Y lo imperdonable.
Difícil lo imperdonable. Difícil porque siempre habrá alguien muy lastimado y casi siempre, un otro torturado por la culpa. Como en este caso.

Hoy llegué muy temprano y estaba Nelly. La saludé como cualquier viernes, es decir, con muy buena onda pero como si fuera un día cualquiera. Noté que se quedó a mitad de camino de algo más pero me fui corriendo al baño (aprovechando la ausencia de individuos perturbadores apagaluces) y cuando salí me la volví a cruzar -esta vez en recepción-, mientras recibía un enorme paquete de la panadería Pesce. Lancé la onomatopeya de "qué delicia" y me fui a mi escritorio a leer las repercusiones de las declaraciones de Maradona.

A los diez minutos llegó Cristina y saludó muy efusivamente a Nelly, mientras le tiraba de las orejas treinta y siete veces. Nelly se reía forzadamente y me miró durante medio segundo de reojo. Yo vi que me miró. Estaba dolida. Me olvidé de su cumpleaños.

Podría haberme olvidado de cualquier cosa. Olvidarme del cumpleaños de mi esposa seguramente hubiera sido menos doloroso porque es una situación in extremis más remontable que esta. Olvidarse del cumpleaños de Nelly es como pegarle a un bebé de seis meses un cross de derecha en la mandibulita con una manopla de tungsteno , es como empujar a un ciego al medio de la General Paz, como robarle la dentadura postiza a un viejo de 90 años cuyo único placer en la vida es comer carne. Durante unos cinco segundos quedé paralizado. Imposibilitado de reaccionar, de saludarla, de disculparme. Simplemente quedé pegado a mi silla ergonómica mirando la cerradura del cajón de mi escritorio, no porque contuviera algo especial o necesario, sino porque quedaba justo a media altura entre la vergüenza más pura y la culpa más mortificante.

Fui a saludarla cabizbajo, la abracé y en lugar de decirle el formateado "Feliz cumpleaños", le pedí perdón. No la solté hasta repetirle tantas veces mis disculpas como fue necesario hasta que sentí que casi había llegado a conseguirlo. Casi. Nelly me dijo que estaba bien, que no me preocupe, que no pasa nada, la vi reir y me calmé. Sé que no conseguí su perdón absoluto porque el dolor deja una hiancia inevitable y perpetua en casos como el de Nelly, que recuerda todas las fechas de cumpleaños de sus compañeros oficinistas, de sus cónyuges e hijos, y hasta varias de las fechas de aniversario de casados. Organiza los regalos, los festejos y la levantada de platos y tazas después de los festejos. Se preocupa por regalar algo lindo al agasajado. Siempre está para esas vicisitudes y, me guste o no celebrar algo con mis compañeros, reconozco en Nelly el carácter de factor de cohesión y calor humano que de no existir, no estaría escribiendo en Córdoba y Alem, sino desde Siberia. Es natural que pretenda que nos acordemos de su cumpleaños desde su universo de ternura e ingenuidad.

Acabo de hablar con mi esposa y me autorizó sin vacilar a comprarle un ramo de rosas que en pocos minutos traerán a la oficina a nombre de Nelly. Quizás logre un perdón asintótico (nunca absoluto), pero la culpa no se me va a ir hasta el cumpleaños del hijo de Nelly. Si recuerdo la fecha y la saludo a primera hora del día, probablemente redima mis sentimientos martirizantes.


miércoles, 14 de octubre de 2009

20 mujeres para Javier (III): Plan de acción

No quiere revancha, no quiere desquitarse ni lo quiere hacer por despecho. Lo movilizan las ganas de recuperar un tiempo que considera perdido, una mala inversión, un alto costo de oportunidad pagado en largas y cómodas cuotas. Haber estado siempre con la misma mujer, haber sido fiel a pesar de las numerosas situaciones propicias para no serlo y ser el único de sus amigos que no conoce la diversidad, le dieron el impulso necesario y suficiente para emprender esta aventura sistematizada y organizada, fiel a su estilo y profesión.

El plan es el siguiente: conocer e intimar con al menos veinte mujeres abarcando la mayor cantidad de cualidades posibles ininterrumpidamente. Jugar a ser Don Juan durante un tiempo, hasta que se canse o que conozca a alguien que lo complete. Pero la intención inicial es que ese encuentro quede supeditado a la sensación de satisfacción de esa necesidad de ser un hombre con experiencia. Preparó una lista de lugares a frecuentar y otra de cualidades femeninas que no podía dejar de cubrir.

Me mostró las dos listas para que las audite y terminé de leerlas justo cuando llegó el risotto con hongos y su sandwich de peceto con guacamole, que siempre pide cuando vamos a Gianni's. La de cualidades estaba muy completa, pero en la lista de lugares le hice unos cuantos agregados. Quedaron así:

Cualidades femeninas a explorar: flaca, gorda, alta, baja, rubia natural, rubia teñida, morocha, pelirroja, pelo corto, pelo largo, histérica, conflictuada, comehombres, fumona, rollinga, cheta, rica, pobre, intelectual, bruta, vieja, joven, casada, soltera, vuida, divorciada, tetona, extranjera, asiática, judía, católica practicante, negra y descendiente de pueblos originarios.

Lugares a frecuentar: disco de la costanera, boliche rockanrolero, Creamfields, milonga (lugar donde la gente va a bailar tango), flamenco (me costó convencerlo pero después de darle algunas estadísticas, lo logré), yoga, tenis, algún seminario de la Facultad de Cs. Sociales de la UBA, curso de cocina, grupo de autoayuda, conseguir un bar mitzvá o casamiento de la colectividad, iglesia, boliche de salsa, foros buscadores de sexo, paseos de compras, cine con charlas-debate, subte, lugar de citas express y marchas con contenido político.

La travesía comienza este fin de semana.

jueves, 8 de octubre de 2009

Mariano y Lucila (VII)

Tres meses después, Alexia expuso sus cuadros en una galería de arte en Belgrano R. Mariano recorría en soledad las obras con una copa de vino tinto Sangiovese en la mano, mientras Alexia saludaba, charlaba y volvía a saludar a las decenas de invitados que ingresaban a la galería a borbotones. Era sorprendente el poder de convocatoria de su chica, en cantidad y calidad. Muchos famosos del ambiente artístico, algunos famosos de la TV y la radio y otros personajes de la pseudofarándula, con looks posmodernos variados entre trajes a rayas, borceguíes de charol y maquillajes multicolor. Muchas risas divertidas, muchos "no-te-puedo-creer", muchos "re-divertido". Pero Mariano se estaba aburriendo.
Aprovechó para observar a Alexia a la distancia. Era hermosa. Así, entre la multitud emparejadamente diferente al mundo normal, resaltaba brillando con luz propia. Recorrió su vida amorosa y llegó a la rápida conclusión de que nunca había estado con una mujer así. La veía hablar con los demás y sentía que, armada de una sencillez indudable, estaba por encima de todos. Incluso de él. Ella era muy dulce, le cocinaba seguido, siempre estaba dispuesta a hacer el amor, lo escuchaba, lo mimaba y se divertían, pero la sensación de superioridad estaba ahí, latente. Una sensación imposible de respaldar con hechos, pero difícil de ignorar por él. Cuando estaban con gente ella era el centro de atención, hablaba mucho, decía cosas interesantes y eclipsaba cualquier intento de robo de protagonismo de la manera más natural del mundo. Su destino era ser una supernova.
Alexia hablaba con un pelado hiperlookeado, una rubia platinada de más de cincuenta con lentes oscuros que tenía cara conocida, y un gordo de traje, allá a lo lejos. En medio de la conversación cruzó su mirada con la de Mariano y le guiñó el ojo, pero siguió el curso del diálogo sin hacerle un gesto para que se acercara. Él pensó en irse temprano, se sentía incómodo con sólo imaginarse continuando la noche ahí, en un planeta tan distinto al suyo y tan herméticamente elitista. Le diría que no se sentía muy bien y que tenía que levantarse muy temprano al día siguiente para ir a la oficina, que la esperaría en casa.
Terminó de configurar la idea y una enorme alegría inundó su estado de ánimo porque por arte de magia apareció Lucila, que estaba increíblemente hermosa y lo divisó de inmediato, regalándole una sonrisa llena de sol. Pero atrás de ella entró el Senior A. Seguía con él desde aquella noche en Henry Beans sin llegar a concretar una relación seria, viéndose a lo sumo una vez por semana. Llegaron a la exposición a través de él, que conocía al merchant de Alexia. A los pocos minutos, Mariano y Lucila -tácitamente felices por la casualidad- se descostillaban de la risa y no paraban de hablar un segundo, mientras el Senior A recorría los cuadros y Alexia seguía inmersa en conversaciones cool con periodistas y críticos del rubro.
Media hora después, el Senior se fue y Lucila se quedó. Mariano la obligó a probar el Sangiovese y terminó sacándole la quinta copa de la mano para ahorrarle una resaca dolorosa. Justo a tiempo. Sin embargo, Lucila ya patinaba las y griegas. Suspiró largamente, lo miró a Mariano a los ojos y le dijo:
- Tengo ganas de ir a la cama.
- Me imagino, son las once y media, yo también tengo sueño. Te llevo a tu casa.
Se acercó a Alexia y le dijo en el oído que la esperaba en casa. Ella atinó a retenerlo, pero no demasiado.
Mariano y Lucila tomaron sus abrigos y se fueron juntos hacia la casa de ella, que quedaba a unas veinte cuadras, dejando atrás una hermosa melodía ambiental de Morcheeba.




sábado, 3 de octubre de 2009

Email equivocado (II): Vergüenza ajena

Qué sensación particular la vergüenza ajena. Durante un instante uno la siente como propia, pero al mediatizar el hecho generador, se produce un alivio egoísta que nos devuelve a la comodidad de sentirnos a salvo, confortables, en nuestro colchón de realidad libre de situaciones embarazosas.
Sin embargo, lo que le pasó a Laura me dejó suspendido en el bochorno durante mucho tiempo, aun siendo un simple observador de los hechos.

El día que Argentina quedó eliminada del Mundial de Alemania en 2006, la oficina era un hervidero. Hasta mucho después de terminado el partido nadie trabajó, excepto Laura que tenía que enviar algunos emails con informes económicos y financieros a varias oficinas de la empresa en todo el mundo. A media mañana recibí el siguiente email, que leí en el orden en que se los presento y que recomiendo seguir, para comprender (más o menos) lo que pasó por mi mente en ese momento:

De: Laura
Para: El marido de Laura (con el que tenía 3 hijos y que trabaja en la "Industria" Financiera), Richard (Presidente de la Compañía), Gerente General, Gerente de Inversiones, Gerente de Ventas, Mariano, Junior de Inversiones, un empleado de Merryl Lynch que no conozco, otro empleado de Raymond James que tampoco conozco, El Oficinista Aburrido, y unas diez personas más.
Asunto: Hola

Les mando un archivo adjunto con un pronóstico para la economía regional para lo que resta del año, es muy interesante.
Saludos





De: Carlos C... (Research analyst de la empresa, sucursal México DF)
Para: Laura
Asunto: Hola


ah, btw, te mando el informe del que te hablé ayer. Es muy completo.




De: Laura
Para: Carlos C...
Asunto: Hola


Sí, están todos como locos. a mi me duele la cabeza de preparar tantos informes últimamente. En un rato tengo que terminar el de la Industria Forestal en Brasil. No sé si llego...






De: Carlos C...
Para: Laura
Asunto: Hola

Claro!

Cómo están las cosas por allá? Imagino que estarán eufóricos con el partido, no?




De: Laura
Para: Carlos C...
Asunto: Hola

Bueno, la próxima vez vagueamos menos y trabajamos más. Te lo prometo. Pero vos prometeme aunque sea un ratito.





De: Carlos C...
Para: Laura
Asunto: Hola

Hola, Corazón. Qué lindas palabras me dices. Eres muy dulce.
Yo también pasé momentos muy agradables y placenteros, sin dudas me encantaría repetir la experiencia muchas veces más, pero... me quedó muy poco tiempo para preparar la exposición!! Estuvimos más tiempo teniendo sexo que trabajando. ;-)


De: Laura
Para: Carlos C...
Asunto: Hola

Hola Charly
Hacía muchos años que no pasaba tan lindos momentos. Me hiciste sentir cosas que tenía olvidadas, me hiciste sentir comprendida y deseada, es algo que pensé que no iba a generar en un hombre nunca más. Ahora te extraño y pienso en vos todo el tiempo. ¿Vas a venir a Buenos Aires el mes que viene? De ser así, quiero ser tu guía turística ;-)

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En resumen, reenvió una conversación erótica con un amante ocasional sin darse cuenta, e incluyó a su marido y a medio mercado de capitales entre los destinatarios.

Cuando recibí el mensaje ni lo leí, pero al rato el Gerente de Ventas me preguntó si estaba al tanto de lo que había pasado con los ojos desencajados, con la típica euforia que produce el descubrimiento de un fraude (él no la quiere mucho a Laura). Volví a mi escritorio y leí el mensaje completo, para levitar en mi estupor durante un largo rato. Hasta el gol de Ayala de cabeza, mis pensamientos estaban en el desastre familiar que explotaría por el descuido de Laura. Creo que el partido y la depresión post-eliminación la ayudaron a que el asunto pasara más desapercibido de lo que merecía...aunque hoy se sigue hablando del tema de vez en cuando.


Los tres hijos se convirtieron en cinco. No sé cómo, pero Laura remontó la situación, se debe haber disculpado con su difamado, denigrado y -a partir de ese momento- tristemente célebre esposo, y con cientos de promesas mediante, reconstruyeron el matrimonio. Carlos C. suspendió su viaje a la Argentina y un año después, Laura y su marido completaron el quinteto: tuvieron mellizos. Hoy viven en Fort McMurray, Canadá, donde él trabaja para una petrolera. Lejos de las finanzas y el calor latino.

jueves, 1 de octubre de 2009

La tarjetita magnética

Hace un par de años tuve la mala suerte de perder la tarjeta magnética que me abre las puertas de la oficina, en un hecho inusitadamente desafortunado.
Soy de llevarla colgada en esos adminículos que tienen un ganchito y un elástico para estirar la tarjeta hasta el lector. Pero yo la uso adentro del bolsillo, porque me desagrada en demasía ver a los muñecos microcéntricos luciendo con orgullo su ineludible calidad de oficinistas colgando de la cintura. Más aún cuando tienen el logo de su empleador, pero en esos caso más que desagrado, me provoca un poco de lástima.
Volviendo a lo anterior: regresaba a mi lugar de trabajo cuando, al acercarme a un kiosco para comprar unos caramelos que me pidió Nelly porque le dolía la garganta, con un movimiento torpe saqué unas monedas del bolsillo y salió despedida la tarjeta, que había sufrido la rotura de la parte plástica que la unía al adminículo mencionado ut supra. Manoteé el aire inútilmente intentando atajarla pero fue peor, porque con la yema de mi dedo mayor izquierdo la alejé un poco más de mi alcance y, como si se tratara de una comedia de enredos en la que todo lo insólito puede ocurrir, rebotó dos veces (sí, dos) en el asfalto y se fue a visitar a los primos hermanos de mis empleadores, las ratas de alcantarilla.
Cabizbajo, me registré en la recepción del edificio y entré como "Visitante", por el molinete de la izquierda.
Pero la mayor sorpresa me la llevé al contar en la oficina lo ocurrido. Le pedí a Cristina la reposición de la tarjeta y me dijo que iba a tener que pagarla yo, porque el mes pasado el cadete la había perdido y se la descontaron del sueldo. Cuarenta y tres dólares más I.V.A. Espeté una carcajada falsa y sonora que puso a Cristina con los pelos de punta. Pero los míos eran más filosos. Le expliqué que eso no iba a ocurrir, que si me tenía que registrar como visitante de ahí en adelante lo iba a hacer, que si me tenía que quedar en casa hasta considerarme despedido por no poder ingresar a mi lugar de trabajo, tenía una lista de cosas muy larga para hacer más entretenidas que venir a la oficina, y terminé diciéndole que me parecía una aberración lo que hicieron con el cadete y que iba a hablar con el Gerente General. Al escuchar esas dos palabras, mi jefa reculó y me dijo que estaba bien, que me la iban a reponer, pero que con esa actitud no iba a llegar muy lejos. Con un tono mucho más amigable y solapadamente sobrador, le dije que si yo permitía que me cobraran para entrar a mi trabajo, tampoco.
Así fue como volví a tener la llave que me abre las puertas a este manicomio, en donde los proletarios tenemos que pagar nuestros pasajes de subte, tren o bus y ahora también las tarjetas extraviadas, mientras los que más ganan tienen autos (y sus gastos) pagados por la empresa y, desde ya, no deben poner la plata de su bolsillo si pierden la reputa tarjetita magnética.