Estuvo diez días seguidos tratando de investigar, de averiguar, de saber. Con mucha cautela interrogó de manera elegante a Adela y a Nelly, que siempre sabe todo de todos. No obtuvo los resultados deseados, sólo logró confirmar que tenían la misma edad, que estudiaba Relaciones del Trabajo en la UBA y que vivía en Villa Urquiza. De su situación sentimental, nada.
Intentó adivinar mediante gestos y trató, con miedo de tener éxito, de descubrir sonrisas tiernas mientras hablaba por teléfono con alguien que pudiera ser su novio, su concubino o en el peor de los casos, su marido. El fracaso fue triunfo: nunca logró confirmar que no estaba soltera.
Tendría que escrutar directamente o esperar. Pero esperar no era una buena opción. Quería hacer algo distinto. Siempre fue de dejarse estar, cuando conocía una chica que le gustaba le costaba un quintal de oro poder acercarse si era una desconocida, o avanzar hacia un encuentro íntimo si una relación ya había sido establecida. Esta vez quería que todo fuera diferente. Tenía que ser diferente. Habían pasado diez días, era un buen momento para invitarla a almorzar a Alexander, el lugar ideal para esa ocasión porque no era tan romántico como para dejarlo en evidencia temprana, pero tampoco era un bodegón donde te tiran el plato estilo frisbee como hacen en Budapest, una cuadra más allá. Sí, Alexander estaba bien.
¿Cómo invitarla? ¿Cómo abordarla? Tenía que ser natural. En el transcurso de los diez días desde el ingreso de Lucila a la empresa se encargó de parecer simpático, la saludó todas las mañanas y todas las tardes al irse a la facu, le ofreció traerle algo de la cocina varias veces y hasta osadamente le elogió el color de una camisa de mangas cortas. El contacto estaba hecho, no pasaba nada si le mandaba un email invitándola a almorzar en el bar de enfrente. No tenía nada de invasivo ni lanzado, al fin y al cabo, eran compañeros de trabajo. Ese pensamiento lo envalentonó y se puso a escribir el email. Redactó y borró unas veintipico de veces, todo le parecía muy formal o lo contrario, demasiado desinteresado o exageradamente expectante. Finalmente le envió un mensaje conciso, concreto, directo y con una pizca de humor: “Cuando quieras, te invito a almorzar acá enfrente y te ayudo a mapear las relaciones laborales de la oficina.” Le dio send y lo releyó. Se odió. ¿Cómo podía ser tan, pero tan, pero tan, pero tan pelotudo? Ahora ella se iba a dar cuenta de que estuvo investigando su vida, si no, ¿cómo iba a saber que estudiaba Relaciones del Trabajo? Qué boludo, qué boludo, qué boludo, qué boludo…se lo repitió mentalmente un googolplex de veces. Casi se agarra la cabeza, desesperado. Pero ella lo iba a ver. Respiró hondo y la miró cuando volvió de la oficina de Richard para ver su expresión al leer su email. Quizás no tendría idea de quién se lo había mandado, quizás pensaba que “Mariano” era Mario, o Gonzalo, o Juan…¡puta madre! Tendría que habérselo dicho directamente, en la cara, como un hombre…La miró con la mejor cara de poker que le salió, por las dudas de que ella lo estuviera mirando. La vio agarrar el mouse, concentrarse en el monitor y de repente, esbozar la sonrisa más tierna del mundo. Qué digo la más tierna, la más hermosa de todas las sonrisas que hubieran existido en la faz de la Tierra en toda la Historia de esta hermosa Humanidad que integramos. Y tipeó. Mientras tanto, Mariano se puso a leer un reporte viejo que tenía en el escritorio para disimular o hacerse el que trabajaba en caso de necesidad y/o urgencia. A los pocos segundos apareció el sobrecito amarillento en el vértice inferior derecho de su pantalla. Era la respuesta, que contenía sólo cuatro palabras y tres signos de puntuación. “Me encantaría. ¿Vamos hoy?”.
Sin modificar la expresión de su rostro, le contestó que sí, que ya mismo reservaría una mesa para dos para las doce y media, si le parecía bien. Claro que le parecía bien, más tarde no porque se moriría de hambre. Hecho.
Faltaban diecisiete minutos. El tiempo justo para disfrutar imaginariamente de los cañonazos rimbombantes y victoriosos de la Obertura 1812 de Chaicovski y de salir corriendo a gritar el gol como Diego en el ’94 contra Grecia. Así, con esa misma cara y con esa misma fuerza.
Intentó adivinar mediante gestos y trató, con miedo de tener éxito, de descubrir sonrisas tiernas mientras hablaba por teléfono con alguien que pudiera ser su novio, su concubino o en el peor de los casos, su marido. El fracaso fue triunfo: nunca logró confirmar que no estaba soltera.
Tendría que escrutar directamente o esperar. Pero esperar no era una buena opción. Quería hacer algo distinto. Siempre fue de dejarse estar, cuando conocía una chica que le gustaba le costaba un quintal de oro poder acercarse si era una desconocida, o avanzar hacia un encuentro íntimo si una relación ya había sido establecida. Esta vez quería que todo fuera diferente. Tenía que ser diferente. Habían pasado diez días, era un buen momento para invitarla a almorzar a Alexander, el lugar ideal para esa ocasión porque no era tan romántico como para dejarlo en evidencia temprana, pero tampoco era un bodegón donde te tiran el plato estilo frisbee como hacen en Budapest, una cuadra más allá. Sí, Alexander estaba bien.
¿Cómo invitarla? ¿Cómo abordarla? Tenía que ser natural. En el transcurso de los diez días desde el ingreso de Lucila a la empresa se encargó de parecer simpático, la saludó todas las mañanas y todas las tardes al irse a la facu, le ofreció traerle algo de la cocina varias veces y hasta osadamente le elogió el color de una camisa de mangas cortas. El contacto estaba hecho, no pasaba nada si le mandaba un email invitándola a almorzar en el bar de enfrente. No tenía nada de invasivo ni lanzado, al fin y al cabo, eran compañeros de trabajo. Ese pensamiento lo envalentonó y se puso a escribir el email. Redactó y borró unas veintipico de veces, todo le parecía muy formal o lo contrario, demasiado desinteresado o exageradamente expectante. Finalmente le envió un mensaje conciso, concreto, directo y con una pizca de humor: “Cuando quieras, te invito a almorzar acá enfrente y te ayudo a mapear las relaciones laborales de la oficina.” Le dio send y lo releyó. Se odió. ¿Cómo podía ser tan, pero tan, pero tan, pero tan pelotudo? Ahora ella se iba a dar cuenta de que estuvo investigando su vida, si no, ¿cómo iba a saber que estudiaba Relaciones del Trabajo? Qué boludo, qué boludo, qué boludo, qué boludo…se lo repitió mentalmente un googolplex de veces. Casi se agarra la cabeza, desesperado. Pero ella lo iba a ver. Respiró hondo y la miró cuando volvió de la oficina de Richard para ver su expresión al leer su email. Quizás no tendría idea de quién se lo había mandado, quizás pensaba que “Mariano” era Mario, o Gonzalo, o Juan…¡puta madre! Tendría que habérselo dicho directamente, en la cara, como un hombre…La miró con la mejor cara de poker que le salió, por las dudas de que ella lo estuviera mirando. La vio agarrar el mouse, concentrarse en el monitor y de repente, esbozar la sonrisa más tierna del mundo. Qué digo la más tierna, la más hermosa de todas las sonrisas que hubieran existido en la faz de la Tierra en toda la Historia de esta hermosa Humanidad que integramos. Y tipeó. Mientras tanto, Mariano se puso a leer un reporte viejo que tenía en el escritorio para disimular o hacerse el que trabajaba en caso de necesidad y/o urgencia. A los pocos segundos apareció el sobrecito amarillento en el vértice inferior derecho de su pantalla. Era la respuesta, que contenía sólo cuatro palabras y tres signos de puntuación. “Me encantaría. ¿Vamos hoy?”.
Sin modificar la expresión de su rostro, le contestó que sí, que ya mismo reservaría una mesa para dos para las doce y media, si le parecía bien. Claro que le parecía bien, más tarde no porque se moriría de hambre. Hecho.
Faltaban diecisiete minutos. El tiempo justo para disfrutar imaginariamente de los cañonazos rimbombantes y victoriosos de la Obertura 1812 de Chaicovski y de salir corriendo a gritar el gol como Diego en el ’94 contra Grecia. Así, con esa misma cara y con esa misma fuerza.
Igual ya sabemos que 10 años despues de ese almuerzo sigue en la misma
ResponderEliminarVeremos, veremos...Leíste el principio del otro post sobre Mariano y Lucila?
ResponderEliminarEsto se empieza a parecer a una película. Que buen relato!
ResponderEliminarBuena forma de empezar para Mariano. Menos mal que no la invitó a Budapest, a ver si encima le tocaba la moza mala onda
Me emocioné... Me puse en el lugar de Lucila, y es una de las senaciones mas lindas del mundo. Entendí todo.
ResponderEliminarAhora si diez años después estamos en la misma, algo muy bajonero tiene que haber pasado.
¡¡¡¿¿¿QUÉ PASÓ????!!!!!
Pasó de todo!!
ResponderEliminarContanos algo del almuerzo!!!!! jajajaja
ResponderEliminarDale, conta que paso.... Coincido con Bárbara Ambar, algo tiene que haber pasado, y groso...
ResponderEliminarMe arriesgo a decir que Mariano durante estos 8 anos se convirtió en algo así como el mejor amigo de Lucila, y asistio en silencio al relato de las múltiples aventuras y/o decepciones amorosas de ella.
ResponderEliminarNono te cuento que ganaste el premio Blog de Oro está en la columna derecha de mi otro blog Supermingo
ResponderEliminarhttp://santamilonguita.blogspot.com/
abrazo!!!
Gus
Oh!!! Pero qué lindo, Gus!!!
ResponderEliminarMe sorprendiste muy gratamente.
Estoy muy agradecido, ya me voy al blog a saludar como corresponde!!!